
¿Existieron los llamados
“padres apostólicos”? (1)
Por JOSE YOSADIT VON GOETHE
Eusebio de Cesarea, en el capítulo 8 de su tercer libro de la “Historia Eclesiástica”, bajo el epígrafe “Acerca de las señales anteriores a la guerra”, transcribe del libro VII y capítulo XII de la obra “Guerra de los Judíos” del historiador Josefo las siguientes palabras: “Una vaca que el sumo sacerdote llevaba para el sacrificio parió un cordero en medio del Templo”. Eusebio, con el término “vaca”, suaviza un poco la expresión de Josefo, quien habla de “un buey que parió un cordero”. Con todo, cualquier mente sensata no puede permitirse en modo alguno creer en tal extravagante pasaje. No obstante, Eusebio sí cree en él y por eso lo cita en su Historia Eclesiástica. ¿O realmente no cree y previene al lector de que el resto de sus escritos son tan ciertos como el relato de la vaca o el buey que parió un cordero en medio del Templo judío? Leyendo a Josefo y a Eusebio, el lector, a pesar de que algunos de los asuntos relatados deben de ser ciertos, percibe que está ante los mayores embusteros de la historia, aparte de los que nos colaron los sacros relatos hebreos anteriores a los tiempos del rey Josías, del que las crónicas antiguas documentan que reinó en Judá en el siglo VII antes de nuestra era.
“padres apostólicos”? (1)
Por JOSE YOSADIT VON GOETHE
Eusebio de Cesarea, en el capítulo 8 de su tercer libro de la “Historia Eclesiástica”, bajo el epígrafe “Acerca de las señales anteriores a la guerra”, transcribe del libro VII y capítulo XII de la obra “Guerra de los Judíos” del historiador Josefo las siguientes palabras: “Una vaca que el sumo sacerdote llevaba para el sacrificio parió un cordero en medio del Templo”. Eusebio, con el término “vaca”, suaviza un poco la expresión de Josefo, quien habla de “un buey que parió un cordero”. Con todo, cualquier mente sensata no puede permitirse en modo alguno creer en tal extravagante pasaje. No obstante, Eusebio sí cree en él y por eso lo cita en su Historia Eclesiástica. ¿O realmente no cree y previene al lector de que el resto de sus escritos son tan ciertos como el relato de la vaca o el buey que parió un cordero en medio del Templo judío? Leyendo a Josefo y a Eusebio, el lector, a pesar de que algunos de los asuntos relatados deben de ser ciertos, percibe que está ante los mayores embusteros de la historia, aparte de los que nos colaron los sacros relatos hebreos anteriores a los tiempos del rey Josías, del que las crónicas antiguas documentan que reinó en Judá en el siglo VII antes de nuestra era.
Ya Eusebio nos encaja, en el capítulo 13 del primer libro de su famosa historia, la leyenda del soberano Abgaro de Edesa, que escribió una carta a Jesucristo pidiéndole que lo sanara de su grave dolencia, a lo cual el propio Cristo le contestó con otra misiva comunicándole que a su debido tiempo le mandaría a uno de sus discípulos a sanarlo. Eusebio menciona que encontró la historia de las cartas cruzadas entre el rey Abgaro y Jesucristo en los archivos de la ciudad de Edesa. Esta disparatada narración fue creída a pies juntillas durante siglos, hasta que un grupo de investigadores imparciales descubrió que era falsa debido a que el propio Eusebio pone a propósito en boca de Jesús el siguiente dicho: “Porque de mí está escrito que los que me han visto no crean, para que también los que no me han visto crean…” Está claro que Eusebio previene con esta frase de que el relato es falso, ya que Jesucristo no pudo haber dicho semejante cosa mientras vivía, pues todo lo que fue escrito acerca de su vida y hechos se redactó muchas décadas después de su muerte y, por tanto, en su tiempo aún no existía registro alguno sobre su actividad. Esta disimulada alerta de Eusebio posiblemente se deba a que se vio obligado a escribir su Historia Eclesiástica en aras de la nueva religión unificada que el emperador Constantino acabaría por implantar durante el Concilio de Nicea, en el año 325, y que el emperador Teodosio impuso bajo pena de muerte en el 396.
Antes de Eusebio, es decir, durante los siglos I al III, no existe compilación alguna de la historia de la Iglesia, organización cuya capitalidad el escritor de Cesarea ubica en Roma, el corazón del Imperio, en detrimento de la Iglesia de Jerusalén, la presunta cuna del cristianismo. A este respecto Eusebio escribe que “somos los primeros en entrar en esta labor” y da a conocer la lista de los primeros obispos de Roma y los padres apostólicos y apologetas que defendieron a la Iglesia con sus escritos, muy similares entre sí, en los cuales unos escritores se citan a otros, lo que por sí mismo induce a sospechas de falsificación documental. De tales padres apostólicos y apologetas únicamente se conocen los escritos y algunos datos biográficos que Eusebio les atribuye en su Historia Eclesiástica; pero, secularmente, nada se sabe acerca de su real existencia. Eusebio lista los padres eclesiásticos hasta Cipriano de Cartago, supuestamente fallecido en el año 258. Después de éste, ya no menciona a más padres. Insólitamente, para el tiempo de Eusebio no había ningún padre eclesiástico vivo que pudiera testificar sobre la veracidad o no veracidad de cuanto escribía el de Cesarea. Da la impresión de que los personajes patrísticos son creación de la pluma de Eusebio, tal como Don Quijote y Sancho Panza lo son de la pluma de Cervantes.
No faltan voces que se pronuncian, no sin evidencias, en el sentido de que numerosos escritos atribuídos a los padres eclesiásticos sufrieron alteraciones y correcciones retrospectivas a lo largo de los siglos para ajustar las creencias de aquéllos a los nuevos dogmas y así poder dar al adepto aparente fe de la genuinidad y antigüedad de las doctrinas. Los llamados “Padres” están considerados como los “testigos privilegiados de la tradición de la Iglesia” y se catalogan en: 1) “Padres apostólicos” o que presuntamente vivieron más cerca del tiempo de los apóstoles, como Clemente de Roma (tercer papa), Ignacio de Antioquía, Policarpo, Papías y los anónimos escritores de la “Didajé”, la “Carta de Bernabé” y el “Pastor de Hermas”. 2) “Padres apologetas”, que defendieron las doctrinas frente a sus opositores. Entre los más destacados figuran: Arístides, Justino, Taciano, Teófilo, Atenágoras y el autor del “Discurso a Diogneto”. 3) Otros padres escritores, como: Ireneo, Tertuliano, Orígenes y Cipriano. De todos ellos pretende testificar Eusebio, que no la historia seglar.
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