viernes, 31 de diciembre de 2010


EN ESPAÑA los belenes apenas tienen doscientos cincuenta años de antigüedad (desde la segunda mitad del siglo XVIII). Se trata de una tradición muy joven si se la compara con los dos milenios que se atribuyen al regio nacimiento que dicen representar.

El enigma de Belén y la
celebración de Navidad (y 3)

Por JOSE YOSADIT VON GOETHE


Resulta extraño que los cristianos de los siglos I al III y principios del IV (se da por sentado que hubo cristianos) no celebrasen el nacimiento de Jesús, aun en contra de los escasos testimonios de escritores como Tertuliano y Orígenes (que aludieron a la visita de los magos orientales), sin contar las desordenadas menciones cristológicas de los llamados “padres apostólicos y apologéticos”, a quienes posiblemente se les atribuyó, con carácter retroactivo, la paternidad de las obras que hoy conocemos como salidas de sus plumas, aunque no hay manera de saber si tales autores existieron, pues no consta ni sombra de sus biografías, ni siquiera de uno de ellos, en escritos no eclesiásticos. ¿Acaso aquellos cristianos desconocían el natalicio más importante de su historia?

También resulta sorprendente que, si Jesús nació en Belén, como indican solamente dos de los veintisiete libros neotestamentarios (tan solo en los respectivos capítulos dos de Mateo y de Lucas), la primera celebración del nacimiento de Jesús no aconteciera en Belén o en la cercana Jerusalén (a 9 kilómetros de Belén), sino en la muy lejana Roma, y eso tan tarde como a mediados del siglo IV. E igualmente curioso es el hecho de que hasta los años 1220, en plena Edad Media, no se represente mediante humanos y animales, y después con figuras, el primer belén o escenario del nacimiento de Jesús, inventiva que se debe al monje Francisco de Asís, si bien existía el precedente de una pintura supuestamente belenista en una pared de las catacumbas de San Sebastián, grabado pétreo no anterior al siglo IV. La representación artística del belén mediante figuras no llegaría a España hasta los tiempos del rey Carlos III, en la segunda mitad del siglo XVIII. En España, pues, los belenes apenas tienen doscientos cincuenta años de antigüedad. Se trata de una tradición muy joven si se la compara con los dos milenios que se atribuyen al regio nacimiento que dicen representar.

Aunque el nacimiento del Niño Jesús o Navidad viene celebrándose desde el siglo IV sobre la base de una amalgama de hipotético cristianismo y celebraciones paganas que estaban de moda en la antigua Roma, no fue hasta el siglo XIX y principios del XX en que se consolidaron la mayoría de las actuales tradiciones navideñas, más enfocadas al ambiente nostálgico familiar que al puramente religioso y profano, en tanto que las celebraciones posnavideñas de Nochevieja y Año Nuevo continúan emulando las viejas solemnidades romanas.
En Inglaterra estuvo prohibida la celebración de la Navidad entre los años 1647 y 1660, y después de esa fecha ya no se celebraba con el vigor de otros tiempos. Para la década de 1820 estuvo a punto de desaparecer si no hubiera sido por el esfuerzo de muchas familias de reavivar la tradicional festividad. En 1843, Charles Dickens escribió su famosa obra “Cuentos de Navidad”, que literalmente resucitó la tradición navideña e influyó sobremanera en el actual “espíritu de la Navidad”, que enfatizó la alegría de ver reunida la familia en fecha tan escogida, amén de la virtud de la compasión hacia los desvalidos y los deseos de felicidad y paz entre los hombres. Ya el villancico “Noche de Paz”, con letra del sacerdote austriaco Joseph Mohr y música de Franz Xaver Gruber, se anticipó en 1818 a generar ese espíritu navideño que después proclamaría Dickens.

En España jamás se perdieron las celebraciones navideñas, las cuales se vieron impulsadas y reafirmadas con la introducción del decorativo belén en el siglo XVIII, primero entre los religiosos y los nobles y finalmente entre el pueblo llano. Asimismo se introdujeron las costumbres de otros pueblos europeos, como el “árbol de Navidad”, con lo que la fiesta ganó en vistosidad, solemnidad y popularidad. Los clásicos turrones y mazapanes, de los que España figura desde siglos entre las pioneras degustadoras, se cree que son de procedencia árabe. Los polvorones y mantecados, que se elaboraban con manteca de cerdo en la época de la matanza, sí que son típicos españoles. Antequera (en Málaga) y Estepa (en Sevilla) serían sus progenitoras. Típica de España es igualmente la ya internacional costumbre de tomar las 12 uvas durante las campanadas que anuncian el fin del viejo año y el comienzo del nuevo. Se originó en la Nochevieja de 1909, debido a que aquel año la producción de uva fue excesiva y, para obtener beneficios económicos, a los cosecheros se les ocurrió tan original idea, que agradó al pueblo, el cual perpetuó la tradición cual si de un ceremonial se tratara.

Otros usos tradicionales navideños arraigados en España son la “carta a los Reyes Magos” y la entrega de juguetes a los niños. Carta y juguetes comenzaron a prosperar hacia mediados del siglo XIX. Del mismo siglo arranca la primera felicitación navideña, implantada por los trabajadores del Diario de Barcelona en 1831. El siglo XX adicionaría a la pirámide festiva la popular “cesta de Navidad”. España es realmente la flor y nata de las tradiciones de Navidad, desde la mesa al belén.


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domingo, 26 de diciembre de 2010


Los cristianos de los siglos I al III nunca celebraron el nacimiento de Cristo, porque lo desconocían. La Navidad fue instituída oficialmente por Roma en el año 354, para lo cual se adoptaron costumbres paganas.
El enigma de Belén y la
celebración de Navidad (2)

JOSE YOSADIT VON GOETHE


En los primeros tiempos del cristianismo no se celebraba el nacimiento de Cristo; no figura, por ejemplo, en la relación de festividades cristianas de Ireneo y Tertuliano. Se desconocía por completo la fecha en que nació Jesús, ya que los evangelios no la mencionan; pero, para el caso, se desconocía hasta el propio nacimiento. En cambio, según narraciones tardías, sí se conocía y conmemoraba la fecha de su muerte, el 14 de Nisán (entre marzo y abril). Con el tiempo comenzó a celebrarse también el aniversario del bautismo de Cristo, cuya fecha asimismo se ignoraba, pero que a principios del siglo IV fue establecida para el 6 de enero. A esta conmemoración del bautismo de Jesús la denominaron Epifanía.

Se supone que, por muchos años, cristianos del siglo III venían observando la fecha del 25 de diciembre como la del nacimiento de Cristo, fecha que en el año 221 había popularizado el historiador Sexto Julio Africano a través de sus Crónicas, si es que las tales no son producto posterior de la pluma de Eusebio de Cesarea. El auge que tal fecha adquirió a nivel popular hizo que en el año 354 el Papa Liberio decretara que la Navidad se celebrase el 25 de diciembre, separándola del 6 de enero, que posteriormente perdió su sentido original de Epifanía o conmemoración del bautismo de Jesús y se consagró exclusivamente a rememorar la visita de los Magos de Oriente, si bien la Iglesia Ortodoxa de Jerusalén continúa celebrando la Navidad el 6 de enero. Por eso en la Basílica de la Natividad de Belén, supuesto emplazamiento donde nació Jesús, se celebra dos veces la Navidad: una el 25 de diciembre por los católicos y otra el 6 de enero por los ortodoxos.

¿Por qué razón se escogió la fecha del 25 de diciembre como la del natalicio de Cristo? Los romanos venían celebrando el 25 de diciembre como el día del “Nacimiento del Sol Invicto”, adoptado de las costumbres de pueblos más antiguos, como los celtas y los egipcios, que habían observado que tres días después del solsticio de invierno el sol “nacía” de nuevo (o “resucitaba”) y comenzaba otro ciclo solar. Paralelamente, uno de los dioses solares que los romanos apadrinaron, especialmente durante los siglos II al IV, fue Mitra, cuyo nacimiento se celebraba precisamente el 25 de diciembre. Posiblemente los escasos pictogramas murales del siglo III que se atribuyen al nacimiento de Jesús lo sean en realidad del nacimiento de Mitra en una cueva. Además coincidía que durante los seis días que seguían al solsticio invernal los romanos celebraban las “Saturnalias” o fiestas en honor de Saturno. Durante las mismas se suspendían las guerras, se dejaba de trabajar, se liberaba temporalmente a los esclavos, se comía y bebía en exceso y se intercambiaban regalos. Así que los cristianos del siglo IV no hicieron otra cosa que adaptar tales fiestas costumbristas a la celebración universal del nacimiento de Jesucristo, el “Sol de Justicia”.

El evangelio de Lucas sitúa el nacimiento de Jesús en la población de Belén de Judá. Mateo únicamente menciona la visita de los magos. Una palpable diferencia entre ambos relatos es que Lucas refiere que Jesús, al nacer, fue “acostado en un pesebre”, es decir, en uno de los recipientes que servía de comedero a los animales domésticos dentro de un establo o de una cueva, ya que en Belén se aprovechaban algunas cuevas como establos. En cambio Mateo no habla de pesebre o establo alguno, sino que relata que los magos ofrecieron sus dones al niño “en una casa”, lo que implica que desde el nacimiento había transcurrido un tiempo que probablemente fuera de dos años, a juzgar por la cruel decisión de Herodes de matar a los infantes “de dos años para abajo”, de lo que no hay registro histórico fuera del evangelio. Ni siquiera es mencionado el hecho por Flavio Josefo, lo cual resulta extraño. Es difícil precisar, por la incongruencia del relato bíblico, si la casa de la que habla Mateo estaba en Belén o en Nazaret.

Por otro lado, de la narración de Lucas se desprende que el nacimiento de Jesús no pudo haber acontecido en invierno, pues el escritor detalla que “había pastores que pernoctaban al aire libre en el campo”, lo cual es imposible en la montañosa Belén, donde a primeros de octubre ya hace frío y en diciembre son habituales las nevadas. Por si fuera poco, Lucas relata que el Emperador había decretado un censo de la población, para lo cual los habitantes del Imperio debían desplazarse a sus lugares de origen. De ser cierto el hecho, no pudo haber sucedido en invierno. Por otra parte no existe constancia de tal censo en la historia del Imperio romano, censo insólito e importantísimo que, de haber existido, en modo alguno hubiera quedado sin registrar por los cronistas oficiales. Los censos se hacían para controlar la recaudación de impuestos en los lugares donde trabajaban y residían los individuos, por lo que no tenía sentido que se desplazaran a sus pueblos natales. Claramente, Lucas tan solo pretendía demostrar que Jesús era el Mesías o rey esperado y por tanto se obligó a encajar su nacimiento en Belén, que era lo que la hipotética profecía de Miqueas indicaba.

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sábado, 25 de diciembre de 2010


La primera Basílica de Belén fue mandada levantar por el emperador Constantino en el siglo IV, y sobre ella se erigió posteriormente la que hoy conocemos. Ya es extraño que hasta el siglo IV los cristianos no se acordasen de levantar un templo a la conmemoración del nacimiento de Cristo. ¿O es que el nacimiento de Cristo es un relato del mismo siglo IV?


El enigma de Belén y la
celebración de Navidad (1)

Por JOSE YOSADIT VON GOETHE


¿Nació Jesús en Belén o en Nazaret? Los judíos acostumbraban a identificarse agregando a su nombre de pila el del lugar de su nacimiento o procedencia; por ejemplo: José de Arimatea, Pablo de Tarso… Jesucristo fue judío y, según los evangelistas Mateo y Lucas, nació en Belén de Judá; no obstante, no se le conoce como “Jesús de Belén” sino como “Jesús de Nazaret”. Los evangelistas Marcos y Juan presentan a Jesús como procedente de Nazaret; de hecho lo llaman “Jesús de Nazaret” y no Jesús de Belén. Unicamente los evangelios de Mateo y Lucas mencionan el nacimiento de Jesús. Marcos y Juan, así como los demás escritores del Nuevo Testamento (Pablo, Pedro, Santiago y Judas) nada escriben sobre el nacimiento de Jesús ni sobre la aldea de Belén. Pero incluso Mateo y Lucas, que informan del nacimiento en Belén, no vuelven a mencionar la población de Belén en el resto de sus escritos.


Marcos recalca que Jesús “vino de Nazaret de Galilea” para ser bautizado por Juan. Y cuando regresa a Nazaret, Marcos dice que “vuelve a su patria” (del griego “patris”, que significa “tierra de origen o de nacimiento”). A pesar de que tradicionalmente se ha admitido que Mateo fue el primero en escribir su evangelio, la realidad, según demuestra hoy la práctica totalidad de los exegetas católicos y protestantes, es que fue Marcos el primero en escribir. No pudo haber sucedido de otro modo. Los evangelios de Mateo y Lucas son copias casi literales de Marcos con pasajes añadidos, como los del nacimiento y la genealogía de Jesús, aunque difieran en esta última. Curiosamente, si prescindimos de los insólitos capítulos 1 y 2 de Mateo y de Lucas sobre el nacimiento e infancia de Jesús (capítulos cuya redacción choca con el resto de sus respectivos evangelios), y si prescindimos asimismo de los dieciocho primeros versículos del capítulo uno de Juan (que también choca con el resto de la redacción evangélica), observamos que los cuatro evangelios principian con la predicación de Juan Bautista en el desierto, que es precisamente como Marcos inicia su redacción de “las buenas nuevas de Jesucristo”.


El evangelio de Juan hace aparecer a Jesús en escena como “profeta de Nazaret”. No solamente afirma Juan repetidas veces la procedencia galilea de Jesús, sino que jamás dice que naciera en Belén. En tiempos de Jesús la población de Nazaret, de existir, solo podía haber sido una olvidada aldea, ya que no aparece mencionada entre las 63 principales ciudades de Galilea en los escritos judíos del Talmud. Tampoco aparece en los escritos del historiador Flavio Josefo, que en el último tercio del siglo I alista 54 poblaciones galileas, sin hacer mención alguna de Nazaret. Y lo extraño es que el evangelio de Lucas afirma que en Nazaret había una sinagoga (Marcos dice que en Cafarnaún) y que Jesús entró en ella en sábado para leer del rollo del profeta Isaías. Que se sepa, únicamente existían sinagogas en las ciudades de cierta importancia, no en las aldeas. Si hubo una sinagoga en Nazaret, es raro que ni el Talmud ni el historiador Josefo mencionen en sus escritos la existencia de este lugar que en modo alguno podía pasar inadvertido si es que realmente tenía una sinagoga en tiempos de Jesús. Lo que sí han descubierto los historiadores y los arqueólogos es que de Nazaret tan solo se tiene evidencia de su asentamiento a partir del siglo II de nuestra era. Ello implicaría que los evangelios que hablan de Nazaret no se habrían escrito en el siglo I sino después del siglo II, en el III e incluso en el IV siglo. Al respecto no faltan investigadores que arguyan que los evangelios fueron redactados en tiempos de Constantino, ya que estiman que tales escritos se comprenden mejor si se interpretan bajo la óptica del incipiente catolicismo romano.


Tan solo Mateo y Lucas afirman en sus evangelios que Jesús procedía de Belén. Y lo hacen para intentar demostrar que es el Mesías esperado por los judíos, por lo que se afanan en aplicarle antiguas profecías de las Escrituras. No obstante, Mateo y Lucas (o quienes fueran que escribieran los evangelios a tales autores atribuídos) cometieron el desliz de consultar la versión griega de la Septuaginta en lugar de las copias de los Escrituras hebreas, como hubiera sido lo preceptivo, sobre todo en el caso de Mateo, que se supone que era judío y escribiría su evangelio en hebreo. Es de sobra conocido que la Septuaginta difiere de la Escrituras hebreas en muchos puntos.


En el resto de sus escritos, Mateo y Lucas dicen que Jesús procedía de Nazaret. Así, Mateo, describiendo la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, escribe que las gentes lo aclamaban como rey y decían: “Este es el profeta de Nazaret”. Hubiera estado más acorde con el argumento de que Jesús era rey y Mesías si se le hubiera aclamado como “el profeta de Belén”. Y en el libro de Hechos, Lucas, que escribe con posterioridad a su evangelio, llama a Jesús “el nazareno” (de Nazaret) y no “el beleniano” (de Belén). No extraña, pues, que el Papa Juan Pablo II dijera que no existía certeza de que Jesús hubiera nacido en Belén.


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lunes, 6 de diciembre de 2010


¿Nuevo entendimiento sobre
los 144.000 ungidos?



José Yosadit Von Goethe (New York)


El recientemente fallecido miembro del Cuerpo Gobernante de los testigos de Jehová, John E. Barr, era el único de los componentes nacido antes de 1935 (nació en 1913). Los otros siete miembros actuales (a Diciembre de 2010) nacieron hacia o después de 1935, no estando, pues, bautizados para 1935, siendo el más antiguo de ellos en el grupo Gerrit Lösch, que se incorporó en 1994. Las incorporaciones de los actuales miembros del Cuerpo Gobernante se dieron en los siguientes años: Gerrit Lösch, en 1994; Samuel Herd, en 1999; Stephen Lett, en 1999; Guy Pierce, en 1999; David Splane, en 1999; Geoffrey Jackson, en 2005, y Anthony Morris III, en 2005.


La fecha de 1935 es importante porque la Watch Tower (WT) y el llamado Esclavo Fiel y Discreto (EFD), a través de su Cuerpo Gobernante (CG), afirman que el cupo de ungidos se cerró en 1935 y que los pocos que se consideran ungidos después de ese año lo son por reemplazo de los ungidos que no permanecieron fieles. Cuando alguien nacido después de 1935 afirma ser ungido, se da la circunstancia de que el resto de los que componen el EFD, o al menos el CG, no lo cuenta como tal en la inmensa mayoría de los casos, prácticamente en ninguno. John E. Barr, nacido en 1913, tenía 22 años de edad en 1935. Demos por supuesto que era propiamente el único ungido que quedaba vivo en el CG, pues se entiende que se bautizó antes de 1935. ¿Son, por tanto, ungidos los demás miembros del CG nacidos o bautizados después de 1935? Según la tesis del EFD, no, a no ser que se haga una rara excepción con los que se escogen para el CG.


El EFD diferencia entre los participantes en el Memorial o Conmemoración de la muerte de Cristo y los ungidos. Entiende que no todos los participantes son ungidos. Por ejemplo, se estima que en 2010 los participantes de los emblemas rondaron los 11.000, un número creciente con respecto a años anteriores; pero eso no significa que para el EFD todos sean ungidos, sino que unos cuantos miles de ellos creen que son ungidos. El EFD continúa afirmando que los verdaderamente ungidos son cada año menos. ¿Son cada año menos… o realmente no existe ningún ungido a día de hoy?


Supongamos que los más jóvenes de los bautizados antes de 1935 tenían 20 años de edad. Eso significa que a la fecha actual de 2010 tendrían 95 años. No digamos los que en 1935 contaban con 25, 30 ó más años, que ahora, si no murieron, tendrían 100, 105 ó más años. ¿Cuántos ungidos de tales edades pueden sobrevivir hoy día? ¿Un par de ellos a lo sumo? ¡Pues ésos, ya muchos, son en realidad los únicos que, de quedar, quedarían hoy vivos de los supuestos verdaderos ungidos que vivían en 1935! Los miembros del CG vinieron después de esa fecha y, en caso de suponérseles ungidos, únicamente lo serían por reemplazo, como todos los demás ungidos que no son del CG. ¿Cómo puede considerarse reemplazo de anteriores ungidos al 100% de los ungidos actuales, si el EFD afirma que solo unos pocos son reemplazados?


Si revisamos las Atalayas, que son en conjunto el órgano oficial de la Organización de los testigos de Jehová y que publica la Watch Tower, vemos que en La Atalaya del 15 de diciembre de 1988, página 12, el EFD afirma que en 1935 fueron 27.000 y pico los participantes en la Conmemoración. Mientras que en la Atalaya del 15 de agosto de 1996, página 31, dice que fueron más de 52.000 los que participaron de los emblemas en 1935. Fueran 27.000 ó 52.000, lo cierto es que para 1958, según la Atalaya del 1 de enero de ese año, página 30, se contabilizaron unos 15.000 participantes. Quiere decir que en el término de tan sólo 23 años murieron la mayoría de los ungidos, o sea, 12.000 ungidos de los 27.000 que había en 1935, según la mencionada Atalaya de 1988, ó 37.000 ungidos de los 52.000 que se contabilizaban en 1935, según la Atalaya de 1996. Si entre 1935 y 1958 (23 años) falleció un mínimo de 12.000 ungidos, entre 1958 y 2010 (52 años) deberían haber fallecido, por regla de tres, todos los demás. Es decir, que a día de hoy, según las cuentas, no debería quedar ningún ungido vivo. Pero vemos que aparecen más de 10.000 en el último anuario. O sea, que absolutamente todos “son reemplazos”. ¿Dónde está el evidente “error” de cómputo de los ungidos?


Desde 1935 hasta 1965 se vio un descenso normal en el número de ungidos, descenso lógico debido a las edades. Pero, de pronto, en 1970 los ungidos quedaron estancados en 8.000 miembros, y durante estos últimos 40 años parece que no se ha muerto ningún ungido, pues el número de miembros siempre ha estado en estos 40 años por encima de 8.000 ó rondando esa cifra en alguno de los años. ¿Por qué trata la WT ó el EFD ó el CG de ocultar a los creyentes que en realidad todos los ungidos dejaron de existir hace tiempo, siendo probablemente el último que aún vivía el miembro del CG John E. Barr? La explicación es evidente: Si la WT admite que no hay ningún ungido viviendo en la actualidad, la religión y la Organización de los testigos de Jehová no tiene razón de ser, ya que descansa sobre la base congregacional de los 144.000 ungidos. La WT siempre ha postulado como parte de la doctrina principal que el Armagedón vendría antes de que pasara la generación de ungidos, por muy traslapada que se considere ahora. Pero vemos que la generación de ungidos ya pasó y el Armagedón no llegó.


Por todo ello, es probable (y ya suena el río en Paterson y en Brooklyn, según noticias que por aquí circulan) que el CG -cuyos miembros se consideran ungidos, pero que según la doctrina jehovista de que los ungidos dejaron de ser recogidos a partir de 1935 no lo son de ninguna de las maneras-, es probable, se repite, que el CG cambie el entendimiento en lo que respecta a los que componen el grupo de los 144.000. En efecto, se está entendiendo ahora, según refieren quienes hasta hace poco estaban informados de los proyectos del CG, que los 144.000 no empezaron a ser recogidos en el Pentecostés del año 33, sino al inicio del tiempo del fin, es decir, desde 1914. ¿La razón? Porque el libro de Revelación, que se escribió para el futuro, unos 63 años después del año 33, indica en su capítulo 7 que los ángeles están reteniendo los vientos de la destrucción en tanto son sellados los esclavos de Dios o los 144.000. Es de observar que, sin son “sellados”, significa que no pueden tener reemplazos posteriores, pues un “sello” es garantía de autenticidad o pertenencia.


Así, pues, con este razonamiento o nueva luz, tal como se cambió el entendimiento de la “generación” (que está ocasionando cada día mayor número de abandonos del movimiento), también se cambiará el que compete a los 144.000. Estos serían, pues, desde el punto de vista del CG, que hipotéticamente basa el argumento en los textos bíblicos del Apocalipsis, un grupo especial que se recoge durante el tiempo del fin, desde 1914 en adelante, y no desde el Pentecostés del año 33. Por esa razón se insinúa que están aumentando los ungidos, pese a que aparentemente la WT pretenda asegurar que no todos los participantes en el Memorial son ungidos.


Esta nueva luz doctrinal supone que el EFD no lo compondría un “resto de los ungidos” sino el entero cuerpo de los 144.000 que se recoge íntegramente a partir de 1914. Indudablemente, el nuevo enfoque echaría por tierra cualquier punto doctrinal relacionado con los 144.000 que supuestamente comenzaron a recogerse entre los primeros cristianos de la tercera década del siglo I. En cambio, no tumbaría la creencia de la WT de que Jesucristo visitó a su EFD en 1918 y que lo nombró su administrador en la Tierra a partir de 1919.


Dado que “la generación que no pasará” se entiende ahora como “el grupo de ungidos que se traslapan desde 1914”, el nuevo entendimiento de los 144.000 encajaría perfectamente con el novedoso punto doctrinal del concepto de “la generación”, que durante muchas décadas se entendió como “la generación de personas de 1914” o que estaban vivas en ese año; pero que, puesto que tal generación ya pasó, ahora se cree entender que la palabra “generación” no se refería a esa gente, sino a los ungidos. Por ende, dado que también los ungidos, tal como se venía entendiendo hasta ahora, ya murieron todos, el concepto de los mismos cambia, al igual que el concepto de “generación”, y ahora queda manifiesta la más brillante luz de que los 144.000 son personas que comienzan a recogerse en el tiempo del fin, a partir de 1914.


En resumen, tanto a la “generación” de 1914 como a los 144.000 les quedan aún muchos años que protagonizar en el escenario de la Organización WT-EFD, a pesar de la urgencia con que se insta a los testigos de a pie a predicar y colocar millones de piezas de literatura en manos de la gente. Mañana, agotados los argumentos que ahora empiezan a regir, será otro día y se encenderán nuevas luces.


(New York, 5 de Diciembre de 2010)

domingo, 5 de diciembre de 2010


Jesús de Nazaret leyó de las escrituras hebreas y no de la Septuaginta griega.


EL HISTORIADOR judío Flavio Josefo escribe a finales del siglo I D.C. que los setenta se limitaron a traducir al griego los libros de Moisés o la Torah, y ésa era la parte de la Septuaginta que se conocía en su tiempo.


Citas de la Septuaginta en
evangelios y epístolas (1)


José Yosadit Von Goethe



Existen dos grupos de versiones de la Tanaj o impropiamente llamado Antiguo Testamento, a saber: el grupo de escritos en hebreo y el de los escritos en griego. Estos últimos parten del siglo III A.C. cuando, según se cuenta, un grupo de setenta y dos intelectuales, a petición de la Biblioteca de Alejandría, tradujo del hebreo al griego la Torah o Pentateuco (cinco primeros libros de la Biblia, de Beresit a Debarim o Génesis a Deuteronomio). Es la llamada Septuaginta o Biblia de los Setenta, si bien tal exagerada cantidad de intérpretes es una leyenda. La creencia general es que los traductores de la Septuaginta vertieron al griego toda la Tanaj (Viejo Testamento), lo cual no es exacto. El historiador judío Flavio Josefo, en el prólogo de su obra “Antigüedades judaicas”, escribe a finales del siglo I D.C. que los setenta se limitaron a traducir únicamente los libros de Moisés o la Torah, y ésa era la parte de la Septuaginta que se conocía en su tiempo. Es lo que también refleja el Talmud en su novena Meguilá. El resto de la biblia hebrea, incluídos los profetas y los salmos, fue evidentemente traducido al griego por miembros de la incipiente Iglesia.


Los eclesiásticos argumentan que toda la Tanaj estaba traducida al griego para el siglo II A.C.; pero el historiador Josefo no es de esa opinión y, como se ha adelantado, a finales del siglo I D.C. solamente se conocían vertidos al griego los cinco libros de la Ley mosaica. Por tanto, fue después del siglo I D.C. cuando se tradujo al griego el resto de los libros de la biblia hebrea, que se añadieron a la Septuaginta haciendo creer piadosamente a los lectores que esas traducciones eran más antiguas. Ni qué decir tiene que los judíos utilizaban en el Templo y en sus sinagogas la versión hebrea de las Escrituras y no la griega o Septuaginta. Jesús de Nazaret, como buen judío, leería evidentemente de los rollos de las escrituras hebreas y no de la traducción griega, por mucho que los eclesiásticos quieran defender el segundo punto. Jesús no pudo haber leído del rollo de Isaías de la Septuaginta porque era judío y además en su tiempo no existía esa parte de la versión griega.


Se imputa el primer evangelio al apóstol de Jesús, Mateo Leví, de quien se asegura que lo redactó en hebreo para los judíos. No obstante, de su lectura se deduce que el escritor del evangelio de Mateo no pudo haber sido judío, dado que citó textualmente de pasajes de la Septuaginta griega y no de las Escrituras hebreas, lo cual es inconcebible en un judío. Algo asimismo inexplicable es que un judío del primer siglo escribiera que Jesús se rodeó de multitudes en varias ocasiones, cuando por la historia se sabe que los romanos, que temían sublevaciones, no permitían, fuera del ámbito del Templo, reuniones multitudinarias en Judea. Las concentraciones de multitudes e incluso de pequeños grupos, sobre todo en campo abierto, eran disueltas por la fuerza con resultados mortales en algunos casos.


Se asegura que Mateo escribió su evangelio hacia mediados del primer siglo. De ser esto cierto, cabe preguntarse cómo es que Mateo cita de Isaías según la Septuaginta, siendo el caso que la traducción de Isaías al griego ni siquiera estaba disponible a finales del siglo I, según Josefo. Si a finales del siglo I no se conocía aún la traducción griega de Isaías, menos se conocería a mediados del mismo siglo, cuando se supone que Mateo redactó su evangelio. Una de dos, o las citas que Mateo hace de la Septuaginta se insertaron después del siglo I, o todo el evangelio de Mateo fue redactado después de ese primer siglo. Lo mismo puede decirse de todo el Nuevo Testamento, que cita de una parte de la Septuaginta que en el siglo I no existía.


Mediante las citas de los antiguos profetas, los evangelistas intentan demostrar que Jesús de Nazaret es el Mesías prometido. Sin embargo, todas esas citas son de libros proféticos de la Septuaginta, libros que no se tradujeron hasta después del siglo I. Las citas de la Septuaginta aparecen sorprendentemente en unos evangelios que se suponen escritos antes de que existieran las traducciones griegas de los libros de los profetas. Si retiramos esas citas proféticas de los evangelios, éstos se quedan sin el fundamento, a saber, tratar de probar que Jesús era el Mesías. Así, pues, dado que la base de los evangelios es la demostración mesiánica de Jesús mediante las citas de la Septuaginta, y dado que la traducción griega de los profetas no se conocía a finales del siglo I, los evangelios no pueden ser anteriores al siglo II. Por lógica su autoría no puede ser de los cuatro evangelistas a los que se les atribuye su composición. Los autores de los evangelios, o tal vez un solo autor, habría que buscarlos en los primeros tiempos de la Iglesia y no precisamente en los tempranos siglos II y III, aunque se pongan referencias tardías en boca de los Padres de la Iglesia. Lo más probable es que, con carácter pseudo histórico retroactivo, partan de principios del siglo IV, y no solamente los evangelios, sino también los escritos paulinos, abundantes en citas de la Septuaginta.

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martes, 16 de noviembre de 2010


Sorpresas del
testigo de Jehová
al leer correctamente sobre los desterrados
en Babilonia en tiempos de Nabucodonosor


Por José Yosadit Von Goethe



La Organización de los testigos de Jehová enseña, o así lo entiende el adepto, que el rey babilonio Nabucodonosor, al destruir Jerusalén en el año dieciocho/diecinueve de su reinado, se llevó cautiva a Babilonia, por setenta años, a la mayor parte de los habitantes de la ciudad. Si se le pregunta a cualquier testigo, sea simple publicador o anciano, que de cuántas personas se componía esa mayor parte de los habitantes de Jerusalén llevada al destierro en el año 18/19 de Nabucodonosor, automáticamente responderá que fueron miles, por supuesto, y que permanecieron desterrados setenta años en Babilonia.


A este respecto, las sorpresas le comienzan a llegar al testigo cuando se le señala el texto de Jeremías 52:29, donde lee que los judíos que Nabucodonosor se llevó al destierro en su año dieciocho fueron 832 almas. Este pasaje, a pesar de que el testigo lo habrá recorrido con la vista decenas de veces, aunque sin detenerse a pensar en su real significado, le causa de entrada un pequeño choque psicológico, pues hasta ahora lo había leído con la idea preconcebida de que los desterrados en ese concreto año fueron varios miles y en cambio, al leer a Jeremías, se encuentra con que tales desterrados no llegaron ni a mil.


Si a continuación se le señala el texto de Jeremías 52:28, podrá leer que “las personas a quienes Nabucodonosor se llevó al destierro en el año séptimo fueron tres mil veintitrés”. Aquí se lleva el testigo una segunda sorpresa, al constatar que en el año séptimo (que en otros pasajes se cita como el octavo) Nabucodonosor tomó prisioneros a casi cuatro veces más judíos que en el año dieciocho, cuando volvió para destruir la ciudad de Jerusalén y llevarse más cautivos. Es decir, que fue once años antes de la destrucción de Jerusalén cuando Nabucodonosor se llevó cautiva a la supuesta mayor parte de sus habitantes. A estas alturas el testigo descubre que: o bien la Organización le ha informado mal, o él mismo no ha entendido correctamente el número de los desterrados y ha dado por sentado que los cautivos en el año dieciocho de Nabucodonosor fueron miles, cuando en realidad fueron menos de mil. El libro segundo de los Reyes, capítulo 24 y versículo 14, indica que los desterrados en el año séptimo/octavo ascendieron a diez mil; pero, fueran tres mil o diez mil, lo cierto es que en el año 7/8 de Nabucodonosor supusieron una mayoría con respecto a los desterrados en el año 18/19 del monarca babilonio.


La tercera sorpresa le cae al testigo sincero como un cubo de agua helada. Preguntado que de dónde salen los setenta años del destierro en Babilonia de los judíos capturados en el año 18/19 de Nabucodonosor, cuando éste destruyó Jerusalén, el testigo responderá más o menos: “Lo dice Jeremías”. La mayoría de los testigos no son capaces de hallar uno solo de los textos en cuestión. Únicamente los más preparados abren la Biblia en Jeremías 29:10 y leen: “Porque esto es lo que ha dicho Jehová: Conforme se cumplan setenta años en Babilonia, yo dirigiré mi atención a ustedes y ciertamente estableceré para con ustedes mi buena palabra, trayéndolos de vuelta a este lugar”. Así, el testigo entiende, porque se lo ha enseñado su Organización, que los judíos llevados al destierro en el año 18/19 de Nabucodonosor, o año de la destrucción de Jerusalén, permanecieron cautivos en Babilonia durante setenta años. El testigo interpreta Jeremías 29:10 así: “Conforme ustedes cumplan setenta años desterrados en Babilonia…” Estima que esos setenta años se cumplieron en el 537 a. E.C., dos años después de que Ciro el persa conquistara Babilonia. Dado que, según se le ha enseñado de Jeremías 29:10, esos judíos tomados en el año 18/19 de Nabucodonosor estuvieron 70 años desterrados, concluye que la destrucción de Jerusalén y la consiguiente captura de sus habitantes acaeció en 607 a.E.C.


No obstante, si juntamente con los textos del cautiverio judío del año 18/19 de Nabucodonosor se le muestran al testigo los textos del cautiverio del año 7/8 y se le pide que fríamente calcule los años de destierro de unos y otros, descubrirá que, si los judíos del año 18/19 estuvieron desterrados por 70 años, los tomados 11 años atrás, en el año 7/8 de Nabucodonosor, que fueron la mayoría, estuvieron en el destierro 70 años más 11, es decir, 81 años. Y si, teniendo en cuenta el razonamiento y el cómputo de la Organización, la liberación de todos los judíos cautivos aconteció en el 537, siendo el caso que una minoría fue supuestamente capturada en el 607, la mayoría de los cautivos habría sido deportada a Babilonia en el 618 a.E.C., lo que confirmaría 81 años de cautiverio, siempre desde el punto de vista de la Organización de los testigos. Pero Jeremías dice en el capítulo 25:11 que las naciones, entre ellas Judá, servirían al rey de Babilonia 70 años, no 81. Este cálculo imparcial, de que la mayoría de los judíos habría estado en el cautiverio babilonio 81 años, según se desprende de la cuenta de la Organización, inquieta seriamente al testigo.


Una cuarta sorpresa le aguarda al testigo cuando descubre que el texto de Jeremías 29:10 es parte de una carta que el profeta dirigió a los judíos desterrados en el año 7/8 de Nabucodonosor y no a los desterrados del año 18/19, cuando fue destruída Jerusalén. La carta a los desterrados del año 7/8 la escribió Jeremías debido a que algún profeta aseguraba que en dos años los desterrados estarían de vuelta en Jerusalén; y Jeremías les dice que eso no es cierto y anima a los desterrados a que se casen y tengan hijos en Babilonia, porque hasta que no se cumplan los setenta años no serán liberados. Los 70 años, de aplicar, aplicarían a los judíos que Nabucodonosor se llevó al destierro en el año 7/8 de su reinado y no a los que se llevó en el año 18/19, cuando, por la rebeldía de aquéllos, decidió quemar el Templo y las casas de Jerusalén. Por lo tanto, si, los 70 años aplican o da la aparente impresión de que aplican a los desterrados del año 7/8 y no a los desterrados en el año 18/19 de Nabucodonosor, queda manifiesta la incongruencia de la Organización, que afirma que los setenta años de Jeremías 29:10 aplican a los desterrados tras la quema de Jerusalén. Pero, dado que el texto precedente de Jeremías se refiere a los desterrados 11 años antes, y que éstos, ateniéndose a los cálculos de la Organización, permanecieron 81 años en el destierro, es decir, 70 más 11 años, se evidencia que la interpretación que la Organización de los testigos tiene sobre los setenta años no está ajustada a lo que indica la Biblia.


En resumen, el testigo de Jehová se sorprende al descubrir por la Biblia que: 1) Los judíos deportados por Nabucodonosor en su año 18/19, cuando destruyó Jerusalén, no fueron la mayoría de los habitantes de Jerusalén; Jeremías especifica que fueron solamente 832 almas. 2) Que los desterrados once años atrás, en el año 7/8 del reinado de Nabucodonosor, fueron, según Jeremías, 3.023 judíos, casi cuatro veces más que los desterrados en el año 18/19, aunque al texto de 2 Reyes 24:14 habla de diez mil desterrados. 3) Que si de los judíos tomados en el año 18/19 de Nabucodonosor se asegura que estuvieron 70 años en el destierro, según la Organización de los testigos, los tomados cautivos once años atrás se supone que estuvieron en el destierro 81 años. 4) Que el texto de Jeremías 29:10 sobre los setenta años es parte de una carta que el profeta escribió a los desterrados del año 7/8, no a los desterrados del año 18/19, y por tanto los setenta años, de aplicar, aplicarían a los judíos que fueron desterrados once años antes de la destrucción de Jerusalén; pero que, desde el punto de vista de la Organización, resulta que estos judíos del año 7/8 a quienes Jeremías les habló de 70 años habrían permanecido en el destierro 81 años y no 70. Y la próxima y lógica pregunta que el testigo investigador se hace es: ¿Se refieren a los judíos desterrados los 70 años de Jeremías o solamente aplican a Babilonia como imperio dominador?


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sábado, 7 de agosto de 2010


El enigma de la
Virgen de Fátima


Por JOSE YOSADIT VON GOETHE


Aún no está claro lo que aconteció en Fátima entre los meses de mayo y octubre de 1917. Para los creyentes y devotos marianos, aquel 13 de mayo se apareció la Virgen María a los pastorcillos Francisco, Jacinta y Lucía, de 9, 6 y 10 años respectivamente. Dos días antes, el 11 de mayo, el Jornal de noticias de Oporto (tal como puede comprobarse en la hemeroteca del mismo) había publicado un anuncio de la sociedad de contactistas y espiritistas de Portugal comunicando que el día 13 acontecería algo que impactaría a la gente.

El 13 de mayo de 1917 los ya mencionados pastorcillos cuidaban ganado en los campos de Cova de Iría, Fátima (Portugal). De súbito, un relámpago les asustó y Lucía, la mayor, ante la inminencia de lo que creía una tormenta, quiso mandar a casa a los otros dos niños, primos de ella. Pero de pronto, sorprendentemente, no estalló tormenta alguna, sino que, en su lugar, los niños vieron cómo bajaba de las alturas, por una especie de rampa de luz, un pequeño ser luminoso, como de un metro de altura, de cabeza redonda, embutido en un sayo blanco y dorado que no le llegaba los pies y que tenía costuras a lo largo y ancho, como si estuviera acolchado. Su espalda la cubría una capa blanca y a la altura del pecho portaba una esfera luminosa. Hablaba sin mover los labios y tampoco movía los pies al desplazarse.

La descripción del ser que se apareció en Fátima a los pastorcillos la copió literalmente la doctora Fina D’Armada, becada por el Instituto de Investigación Científica, de los documentos que se conservan en el archivo secreto del Santuario de Fátima. Los dibujos basados en la descripción que dan estos documentos históricos difieren substancialmente de la imagen que hoy conocemos como la Virgen de Fátima. Los dibujos también coinciden con la descripción de un ser semejante que se dejó ver en la cercana aldea de Nazaret. El resplandeciente y menudo ser les comunicó a los niños de Fátima que todos los días 13 de cada mes, durante seis meses, aparecería en el mismo lugar. Todos los 13 de mes acudieron puntualmente los niños a la cita, a excepción del 13 de agosto en que fueron encarcelados. Dada la voz por todo el contorno, al lugar también acudía una multitud cada vez más nutrida. Entre los documentos del archivo de Fátima, encontró la doctora D’Armada uno que aludía a una cuarta vidente, Carolina Carreira, a quien se le apareció un “niño” como de unos diez años y que no movía los labios al comunicarse con ella. Esta Carolina era hija de María Carreira, persona importante en el asunto de las apariciones y que se responsabilizó de la construcción de la capilla de Cova de Iría.

El día más importante de las apariciones fue el 13 de octubre. Aquel día amaneció lluvioso y continuó lloviendo durante la mañana. Con todo, los tres niños, y con ellos unas setenta mil personas devotas acudieron con sus paraguas al lugar donde por última vez se dejaría ver el extraño ser que la multitud tomaba por la Virgen María. La entidad apareció de nuevo ante los pastorcillos y les comunicó que pronto acabaría la Gran Guerra y los soldados volverían a casa. También les hizo saber que era la “Señora del Rosario” y les dio a conocer tres importantes secretos. Pero tales comunicaciones de tintes proféticos y devotos son vistas por muchos observadores como ingerencias eclesiásticas posteriores al relato de los videntes, lo mismo que la tergiversación sobre el aspecto del ser aparecido y el hecho de hacer creer a las gentes que se trataba de la Virgen. Ninguna de las declaraciones que de los videntes se conservan en archivo de Fátima en absoluto mencionan que la aparición fuera de la Virgen del Rosario. Tal hipótesis fue elaborada más tarde, como lo demuestra la investigadora doctora D’Armada.

Lo más destacado de aquel 13 de octubre fue la llamada “danza del sol”. En un momento dado, Lucía, la mayor de los tres videntes, señaló hacia el astro rey que en aquel momento aparecía entre las nubes. La multitud allí reunida pudo observar cómo aparentemente el sol se convulsionaba y en determinado momento hasta se abalanzó sobre los congregados, temiendo muchos por sus vidas, aunque volvió a su posición inicial. Hubo testigos que presenciaron el fenómeno desde las inmediaciones, como el profesor Almeida Garret, de la Facultad de Ciencias de Coimbra. El profesor Garret, provisto de anteojos, relató: “No era algo esférico como la Luna, ni tenía la misma tonalidad ni los mismos claro-oscuros. Parecía de materia pulida”. Otros testigos señalaron que aquéllo, más que el sol, parecía un “disco metálico o de vidrio”, pero que el sol estaba a mucha más altura. El fenómeno fue observado incluso por personas que se hallaban a unos cuarenta kilómetros de distancia.

La historia que hoy circula en la cristiandad sobre las apariciones de Fátima está escrita por Lucía en 1935, dieciocho años después de los acontecimientos, cuando ya estaba recluída en un convento por orden de la superioridad religiosa. Los investigadores imparciales no dudan de que tal historia ha sido manipulada.
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domingo, 25 de julio de 2010


El enigma de Santiago Apóstol


Por JOSE YOSADIT VON GOETHE


El apóstol Santiago está declarado oficialmente como Patrón de España. La leyenda popular forjada tardíamente por el clero dice que Santiago, uno de los apóstoles de Jesucristo y hermano del evangelista Juan, anduvo predicando en España hacia la segunda mitad de los años treinta y principios de los cuarenta del siglo I. A este Santiago, continúa relatando la leyenda, se le apareció en persona María, la madre del mismo Jesucristo, en la ciudad de Zaragoza. Hay quien interpreta que en realidad no se trató de una aparición o de un fenómeno de proyección o bilocación -por el cual una persona puede estar simultáneamente en dos lugares a la vez, lo cual es contrario a la ciencia-, sino de una visita que la propia María realizó a España para animar a Santiago en su predicación. De ser cierto esto, María tendría que haber venido acompañada del apóstol Juan, hermano de Santiago, ya que se cree que fue a Juan a quien Jesús, antes de morir, le encomendó el cuidado de su madre. Y ya es raro que la tradición hable del hipotético viaje a España de Santiago y de María, pero guarde al respecto completo silencio sobre el apóstol Juan, quien estaba al cuidado de la madre de su Maestro.

Dando por sentado que los relatos neotestamentarios sean históricos y no se traten, como argumentan algunos, de ficciones creadas durante el tiempo del emperador Constantino, en el siglo IV, la gira de Santiago a España choca con la decisión de los apóstoles de no ir a predicar ellos mismos a las gentes de las naciones. Pablo escribe en su epístola a los Gálatas que había sido comisionado por Jesucristo para predicar a los incircuncisos o gentiles, tal como Pedro y los demás apóstoles habían sido comisionados para predicar a los circuncisos o judíos. Esto fue ratificado en la reunión que Pablo mantuvo con los apóstoles en Jerusalén, donde se confirmó que Pablo fuera a predicar a los gentiles, en tanto que los de Judea se limitarían a predicar únicamente a los seguidores de la Ley de Moisés. Ya el mismo Jesucristo les había dicho a los discípulos que fueran primero a las ovejas de la casa de Israel, y esto lo mantuvieron firme, excepción hecha de la conversión del centurión Cornelio por Pedro, durante los años anteriores a la aparición en escena de Pablo, el Saulo que se convirtió al cristianismo. Por tanto, la predicación del apóstol Santiago estaba limitada a los judíos y no podía en modo alguno predicar en las naciones gentiles o no judías, como era el caso de la remota España.

El único que pudo haber tenido ocasión de alcanzar las costas de la península ibérica fue el apóstol de los gentiles Pablo de Tarso. Al menos ésa era su aspiración, tal como escribió en su epístola a los romanos. Lo más probable es que Pablo no consiguiera finalmente llegar a España, ya que su apresamiento en Roma se lo impidió. Con todo, el padre eclesiástico Clemente, que, según listados de Eusebio de Cesarea e Ireneo de Lyon, fue obispo de Roma hacia finales del siglo I, escribió que Pablo había llegado hasta “el límite de Occidente”, entendiendo no pocos teólogos que tal límite podría referirse a España. En lo referente a la predicación de Santiago en España, nada comentan los escritos neotestamentarios, ni los Hechos apostólicos, ni las epístolas de Pablo, ni las de Pedro, ni las de Juan. Tal silencio resulta de lo más extraño, pues, de haber sido el caso, hubiera sido relatado sin rodeos en los precitados escritos, tal como se relató en los Hechos de Apóstoles, aunque muy de pasada, la muerte del propio Santiago a manos del rey Herodes Agripa, martirio acaecido antes de mediados de los años cuarenta de aquel primer siglo. Lógicamente, su cuerpo hubo de ser enterrado en la misma Jerusalén o en sus inmediaciones, si bien la leyenda pretende asegurar que el cuerpo decapitado del apóstol fue llevado por mar hasta Galicia, donde recibió cristiana sepultura.
En la Catedral de Santiago de Compostela se custodian unos huesos que presumiblemente son los del apóstol Santiago y dos de sus colaboradores; ello, basándose en supuestos testimonios anteriores a la Edad Media y en que a finales del siglo XIX los médicos que estudiaron dichos huesos aseguraron que eran muy antiguos, tal vez de humanos que bien pudieron haber vivido en el siglo I. Un estudio actual de su datación por medio de la técnica del carbono 14 resolvería las dudas; pero se teme enfrentarse a las pruebas concluyentes que arroje tal estudio. La Iglesia adelanta que, aun analizándose los huesos de Compostela y demostrándose que sean muy posteriores al primer siglo, la devoción compostelana no mermaría ni un ápice, pues el pueblo devoto anda por fe y no por evidencias. En opinión de la Iglesia, la autenticidad o no autenticidad de unos huesos no impide que el pueblo llano de España considere a Santiago como símbolo imperecedero de victoria y libertad. Los huesos tan solo son circunstanciales y hasta pudieran desaparecer algún día; pero el espíritu, el mensaje, la esencia, es lo que permanece y eso es lo único que parece importarle al pueblo, aun si se demostrara que Santiago jamás estuvo en España.


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lunes, 19 de julio de 2010


¿Llegó o no llegó el amo Jesucristo?


Por JOSE YOSADIT VON GOETHE


El Cuerpo Gobernante de los testigos de Jehová, surgido de la Sociedad americana impresora de biblias y literatura religiosa Watchtower, se ha constituído como el vocero oficial y representante del llamado “esclavo fiel y discreto” o resto del grupo que denominan de “cristianos ungidos“ que aún quedan en la tierra y que al morir esperan ser llevados al Reino de los cielos. Este grupo de cristianos ungidos, según los teólogos watchtowerianos deducen del Apocalipsis, consta literalmente de un total 144.000 miembros –contados desde los tiempos apostólicos del Pentecostés en el año 33 de nuestra era-, de los que en la tierra viven hoy menos del siete por ciento. De acuerdo también con la doctrina original de la Watchtower, que en la actualidad imparte y dirige el Cuerpo Gobernante, el grupo de cristianos no ungidos o “gran muchedumbre” u “otras ovejas” heredará la porción terrestre del Reino de Dios o la tierra hecha un paraíso.

Afirma el Cuerpo Gobernante de los testigos de Jehová que, en éstos que señala como tiempos del fin, se espera la llegada del hijo del hombre, Jesucristo; pero éste en realidad aún no ha llegado, y por esa razón continúan los testigos celebrando cada 14 de Nisán la que se conoce como Cena del Señor, ceremonia en la que únicamente los que se dicen ungidos pueden participar del pan y del vino, mientras que los no ungidos únicamente asisten como observadores, sin participar de los emblemáticos productos del trigo y de la vid. El órgano oficial y doctrinal de los ungidos de la Watchtower, la revista La Atalaya, en su edición de estudio del 15 de marzo de 2010, página 27, bajo el subtítulo “¿Quiénes deben participar del pan y del vino?”, expone:

“Pablo… dirigiéndose a los cristianos ungidos, dijo: ‘Porque, cuantas veces coman este pan y beban esta copa, siguen proclamando la muerte del Señor hasta que él llegue’ (1 Corintios 11:26). ¿Cuándo llega el Señor? Cuando vuelve para llevarse al cielo al último miembro de su novia simbólica, la congregación ungida”.

Así que ésa es la razón por la que los que se designan ungidos continúan celebrando anualmente la Cena del Señor y participando de ella, debido a que Jesucristo aún no ha llegado. Cuando llegue, es decir, después de que se lleve al cielo al último de los ungidos, ya no será necesario celebrar la Cena del Señor. Lógicamente, si ya no hay participantes en la mesa, huelga la cena. Pero, como aún quedan varios miles de ungidos participando de este ceremonioso y simbólico banquete anual, eso significa para los doctores de la ley de la Watchtower que el Señor Jesucristo no ha llegado todavía.

Así pues, tenemos por un lado que el Cuerpo Gobernante de los testigos de Jehová, a través de la editora Watchtower, afirma categóricamente que “el Señor aún no ha llegado”, pues de otro modo no se celebraría ya su Cena. Sin embargo, por otro lado asegura que “el Señor sí ha llegado” y que tal llegada causó que el esclavo fiel y discreto o resto de los cristianos ungidos fuera nombrado por su amo Jesucristo sobre todos sus bienes terrestres, que es como se aplican los mismos ungidos el texto de Mateo 24:45-47, texto que es la base de la subsistencia de la entera organización de los testigos de Jehová, donde se lee:

“¿Quién es, verdaderamente, el esclavo fiel y discreto a quien su amo nombró sobre sus domésticos para darles su alimento al tiempo apropiado? ¡Feliz es aquel esclavo si su amo, al llegar, lo hallara haciéndolo así! En verdad les digo, lo nombrará sobre todos sus bienes”.

El texto dice claramente: “…su amo, al llegar…” Es decir, que, según este pasaje evangélico, el Cuerpo Gobernante entiende que Jesús sí llegó y que lo hizo precisamente en 1918, tal como afirman numerosas publicaciones de la Watchtower. Al llegar el amo Jesucristo, siempre según la Watchtower, nombró al año siguiente, tras la oportuna inspección, como su “organización de Dios en la tierra” o “único canal de comunicación con Dios” al conjunto de los entonces conocidos como “Estudiantes Internacionales de la Biblia” asociados con la propia Watchtower, todos ellos pertenecientes al grupo de los ungidos. Para poder defender este nombramiento, afirma el Cuerpo Gobernante que Jesucristo sí llegó realmente (según el texto bíblico “su amo, al llegar…”). Mas, para poder continuar con la ceremonia anual de la Cena del Señor y captar más adherentes para la organización con el anuncio alarmista del inminente fin del sistema político y religioso mundial, el amo Jesucristo no ha llegado todavía. A lo sumo, “está presente”.

En el primer caso, es decir, para apoyar el nombramiento del grupo de cristianos ungidos como organización de Dios en 1919 (entonces no existía como tal el Cuerpo Gobernante), afirma la Watchtower que el amo Jesucristo sí llegó; o sea, aquí se trata de una clara “llegada”. Sin embargo, en el segundo caso, esto es, para continuar con la Cena del Señor, captando de paso más adeptos a la causa watchtoweriana, habla de la “presencia” del amo, la cual dice que aconteció en el año 1914, al estar Jesucristo “invisiblemente presente en su Reino”. Así que aduce el Cuerpo Gobernante, como ya antes había establecido la organización de la Watchtower, que “el amo Jesucristo está presente, pero no ha llegado”, aunque para la conveniencia del nombramiento como organización de Dios sí que ha llegado, pues, si no hubiera llegado, no habría nombrado como su canal de comunicación o su organización en la tierra al grupo de ungidos de la Watchtower existente al tiempo de la hipotética llegada e inspección del amo.

Los textos de Mateo 24:45-47, y el del Apóstol Pablo en 1 Corintios 11:26, especifican el verbo “llegar” y no otro en las expresiones “el amo, al llegar” y “hasta que él llegue”. Pero es de observar que el Cuerpo Gobernante introduce un nuevo concepto: dice que el Señor llega “cuando vuelve para llevarse al cielo al último miembro…” Es decir, que con la expresión “vuelve” da a entender que el amo Jesucristo viene dos veces en el tiempo del fin, cuando está claro que el evangelio indica que viene una sola vez en dicho tiempo, y no dos veces. Por lo tanto, está claro que, tanto la Watchtower como el Cuerpo Gobernante de los testigos de Jehová, confunden las mentes de sus adeptos embrollando los términos “presencia”, “llegada” y “vuelta”, afirmando por un lado que el amo Jesucristo está presente desde 1914, pero que llegó en 1918 para nombrar como su administrador terrestre al grupo compuesto de cristianos ungidos de la Watchtower, y por otro lado, haciendo ver que el amo no llegó aún, pero que vuelve, y por eso continúan celebrando los testigos de Jehová la Cena del Señor todos los años. Verdaderamente, un contrasentido que los testigos del montón aceptan sin razonar y sin rechistar, tal como otros grupos admiten dogmáticamente el misterio de la Santísima Trinidad.
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martes, 6 de julio de 2010


¿Existieron los llamados
“padres apostólicos”? (2)


Por JOSE YOSADIT VON GOETHE



El pionero en citar de las cartas y escritos de los Padres de la Iglesia es Eusebio de Cesarea, que lo hace en su Historia Eclesiástica, redactada en los años veinte del siglo IV. Tales padres eclesiásticos habrían vivido entre los siglos I al III, concretamente hasta mediados de ese último siglo, quedando en la historia de Eusebio un inexplicable vacío de padres de más de medio siglo desde la muerte del último, Cipriano de Cartago. De haber continuado Eusebio con la lista de los padres, alguno de éstos, hipotéticamente, hubiera alcanzado vivo los tiempos de aquél, lo que probablemente no convenía para su historia, dado que el viviente pudiera testificar de la no veracidad de los escritos de Eusebio.

Probablemente el lector argüirá que, antes de Eusebio, hubo padres eclesiásticos que citaban de los escritos de otros e incluso se cruzaban correo. Es aparentemente cierto. El padre apostólico Ignacio de Antioquía, por ejemplo, escribe una carta a Policarpo, otro padre apostólico. De igual manera hay padres que se citan unos a otros en sus escritos. No obstante, no existen datos seglares que corroboren la existencia de estos padres que menciona Eusebio; tan solo aparecen en la Historia Eclesiástica que alumbró el de Cesarea, mezclando a modo de novela histórica tales personajes con otros de los que sí está demostrado que existieron, como los emperadores. Y dado que Eusebio incluyó evidentes falsedades en su historia, probablemente a propósito para alertar al lector de que el resto caía en la misma categoría, no faltan eruditos, y cada vez hay más, que argumenten que la entera Historia Eclesiástica de Eusebio es invención suya, por lo que las cartas de los llamados padres y otros escritos que se relacionan con cuanto el de Cesarea expone en la obra que pretende hacer pasar por histórica, también se deberían a su pluma. De ahí el que unos padres se citen a otros, como si se conocieran entre ellos, a pesar de la distancia que los separaba. Esto ya de por sí pone en evidencia los relatos eusebianos por aquello de que, “explicación no pedida, acusación manifiesta”.

Los padres apostólicos a los que da vida Eusebio son: 1) Clemente, tercer obispo de Roma después de Lino y Cleto. A este Clemente, que Eusebio cita como colaborador del apóstol Pablo, se le atribuye una Carta a los Corintios que aún se conserva. El escritor del siglo III, Ireneo de Lyon, precisamente discípulo de Policarpo y uno de los personajes de la Historia Eclesiástica de Eusebio, dice que Clemente conoció personalmente a algunos apóstoles antes de ser nombrado obispo de Roma.

2) Ignacio de Antioquía. Eusebio relata que Ignacio era conducido encadenado a Roma para ser pasto de las fieras y que durante el camino escribió varias cartas, citando constantemente en ellas textos de las Sagradas Escrituras. Una de esas misivas iba dirigida a Policarpo, obispo de Esmirna. En sus cartas anima a someterse principalmente al obispo de Roma. Los estudiosos no se explican cómo Ignacio pudo haber escrito tan prolíficamente en esa angustiosa situación y, lo que es aún más misterioso, cómo pudo portar con él la ingente cantidad de rollos de las Sagradas Escrituras que se supone que debía llevar consigo para poder acometer la epistolar empresa.

3) Policarpo de Esmirna, de quien Ireneo de Lyon fue discípulo, según éste relata, pero que tanto el uno como el otro cobran vida gracias a Eusebio de Cesarea. Atribuída a Policarpo se conserva una carta a los filipenses, de las varias que se dice que escribió.

4) Papías de Hierápolis, de quien Eusebio argumenta que escribió las “Explicaciones de la palabra del Señor” y de quien Ireneo, personaje de Eusebio, también cita en los escritos que el mismo Eusebio le atribuye.

5) Los autores anónimos de la Epístola de Bernabé, el Pastor de Hermas y la Didajé o Doctrina de los Doce Apóstoles. La Didajé viene a ser un catecismo o manual de la doctrina cristiana, estimado por algunos como del siglo I. Eusebio manifiesta que estos escritos han de considerarse como espurios o no divinamente inspirados, lo mismo que el Apocalipsis de Juan, del que deja libertad de consideración.

Todos estos escritos de los padres apostólicos, al igual que los de los apologetas que menciona Eusebio, como Justino y Teófilo, tienen en común el mismo estilo de redacción y hasta las mismas muletillas, extensibles incluso a los evangelios y los escritos apostólicos, como si todos se debieran a una sola y misma mano.

Es significativo que Eusebio considere padres de la Iglesia a los de Roma y no a los de Jerusalén, que a su decir tuvo quince pastorados, todos hebreos. Evidentemente, Eusebio defiende la causa romana y no la judía, a cuyo pueblo y no al romano carga la muerte de Jesucristo. No obstante, es más que probable que, tanto los padres de Jerusalén, como los de Roma, no sean más que una ficción del fecundo autor de la Historia Eclesiástica, con el propósito de establecer unas bases más o menos creíbles sobre las que edificar la organización religiosa concebida en el siglo IV por el cabeza del Imperio Romano.

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lunes, 21 de junio de 2010

Eusebio de Cesarea

¿Existieron los llamados
“padres apostólicos”? (1)


Por JOSE YOSADIT VON GOETHE



Eusebio de Cesarea, en el capítulo 8 de su tercer libro de la “Historia Eclesiástica”, bajo el epígrafe “Acerca de las señales anteriores a la guerra”, transcribe del libro VII y capítulo XII de la obra “Guerra de los Judíos” del historiador Josefo las siguientes palabras: “Una vaca que el sumo sacerdote llevaba para el sacrificio parió un cordero en medio del Templo”. Eusebio, con el término “vaca”, suaviza un poco la expresión de Josefo, quien habla de “un buey que parió un cordero”. Con todo, cualquier mente sensata no puede permitirse en modo alguno creer en tal extravagante pasaje. No obstante, Eusebio sí cree en él y por eso lo cita en su Historia Eclesiástica. ¿O realmente no cree y previene al lector de que el resto de sus escritos son tan ciertos como el relato de la vaca o el buey que parió un cordero en medio del Templo judío? Leyendo a Josefo y a Eusebio, el lector, a pesar de que algunos de los asuntos relatados deben de ser ciertos, percibe que está ante los mayores embusteros de la historia, aparte de los que nos colaron los sacros relatos hebreos anteriores a los tiempos del rey Josías, del que las crónicas antiguas documentan que reinó en Judá en el siglo VII antes de nuestra era.

Ya Eusebio nos encaja, en el capítulo 13 del primer libro de su famosa historia, la leyenda del soberano Abgaro de Edesa, que escribió una carta a Jesucristo pidiéndole que lo sanara de su grave dolencia, a lo cual el propio Cristo le contestó con otra misiva comunicándole que a su debido tiempo le mandaría a uno de sus discípulos a sanarlo. Eusebio menciona que encontró la historia de las cartas cruzadas entre el rey Abgaro y Jesucristo en los archivos de la ciudad de Edesa. Esta disparatada narración fue creída a pies juntillas durante siglos, hasta que un grupo de investigadores imparciales descubrió que era falsa debido a que el propio Eusebio pone a propósito en boca de Jesús el siguiente dicho: “Porque de mí está escrito que los que me han visto no crean, para que también los que no me han visto crean…” Está claro que Eusebio previene con esta frase de que el relato es falso, ya que Jesucristo no pudo haber dicho semejante cosa mientras vivía, pues todo lo que fue escrito acerca de su vida y hechos se redactó muchas décadas después de su muerte y, por tanto, en su tiempo aún no existía registro alguno sobre su actividad. Esta disimulada alerta de Eusebio posiblemente se deba a que se vio obligado a escribir su Historia Eclesiástica en aras de la nueva religión unificada que el emperador Constantino acabaría por implantar durante el Concilio de Nicea, en el año 325, y que el emperador Teodosio impuso bajo pena de muerte en el 396.

Antes de Eusebio, es decir, durante los siglos I al III, no existe compilación alguna de la historia de la Iglesia, organización cuya capitalidad el escritor de Cesarea ubica en Roma, el corazón del Imperio, en detrimento de la Iglesia de Jerusalén, la presunta cuna del cristianismo. A este respecto Eusebio escribe que “somos los primeros en entrar en esta labor” y da a conocer la lista de los primeros obispos de Roma y los padres apostólicos y apologetas que defendieron a la Iglesia con sus escritos, muy similares entre sí, en los cuales unos escritores se citan a otros, lo que por sí mismo induce a sospechas de falsificación documental. De tales padres apostólicos y apologetas únicamente se conocen los escritos y algunos datos biográficos que Eusebio les atribuye en su Historia Eclesiástica; pero, secularmente, nada se sabe acerca de su real existencia. Eusebio lista los padres eclesiásticos hasta Cipriano de Cartago, supuestamente fallecido en el año 258. Después de éste, ya no menciona a más padres. Insólitamente, para el tiempo de Eusebio no había ningún padre eclesiástico vivo que pudiera testificar sobre la veracidad o no veracidad de cuanto escribía el de Cesarea. Da la impresión de que los personajes patrísticos son creación de la pluma de Eusebio, tal como Don Quijote y Sancho Panza lo son de la pluma de Cervantes.

No faltan voces que se pronuncian, no sin evidencias, en el sentido de que numerosos escritos atribuídos a los padres eclesiásticos sufrieron alteraciones y correcciones retrospectivas a lo largo de los siglos para ajustar las creencias de aquéllos a los nuevos dogmas y así poder dar al adepto aparente fe de la genuinidad y antigüedad de las doctrinas. Los llamados “Padres” están considerados como los “testigos privilegiados de la tradición de la Iglesia” y se catalogan en: 1) “Padres apostólicos” o que presuntamente vivieron más cerca del tiempo de los apóstoles, como Clemente de Roma (tercer papa), Ignacio de Antioquía, Policarpo, Papías y los anónimos escritores de la “Didajé”, la “Carta de Bernabé” y el “Pastor de Hermas”. 2) “Padres apologetas”, que defendieron las doctrinas frente a sus opositores. Entre los más destacados figuran: Arístides, Justino, Taciano, Teófilo, Atenágoras y el autor del “Discurso a Diogneto”. 3) Otros padres escritores, como: Ireneo, Tertuliano, Orígenes y Cipriano. De todos ellos pretende testificar Eusebio, que no la historia seglar.
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domingo, 23 de mayo de 2010



¿Conocieron los apóstoles
el bautismo trinitario? (2)


Por JOSE YOSADIT VON GOETHE



En el evangelio de Mateo 28:19 y 20, leemos: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a observar todo lo que yo os he mandado”. El escritor y padre de la Iglesia Eusebio de Cesarea cita siete veces de este pasaje en su obra “Demostración evangélica”, escrita en el primer tercio del siglo IV, y en ninguna de ellas menciona la expresión “bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Por ejemplo, en la cita del libro III, capítulo 6, refiere: “Con una palabra y voz Él dijo a sus discípulos: Id y haced discípulos de todas las naciones en Mi Nombre, enseñándoles a observar todas las cosas que yo os he mandado”. Los especialistas bíblicos están de acuerdo en que, si el minucioso Eusebio, que con tanto detalle solía citar de las Escrituras, no menciona esta parte del pasaje evangélico, es porque en su tiempo no figuraba en los manuscritos. Tal es la primera razón que aducen muchos doctos para aseverar que esta parte del texto evangélico de Mateo es espurio, lo mismo que el pasaje de la primera epístola de Juan, 5: 7 y 8, donde hasta no hace mucho tiempo aparecía en nuestras biblias la frase trinitaria “el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”, que ha sido borrada debido a que no figura en los códices más antiguos.

Una segunda razón que hace suponer que la parte trinitaria del texto de Mateo 28: 19 y 20 es un añadido espurio reside en el hecho de que en la copia del evangelio hebreo de Mateo recopilada en el siglo XII por el erudito judío Shem Tov no aparece la expresión “bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Es bien sabido que existió un evangelio escrito en hebreo y atribuído a Mateo. Jerónimo lo menciona en el siglo IV cuando tradujo la Biblia al latín y recalca que el manuscrito se hallaba en la biblioteca de Cesarea. Es muy probable que Shem Tov se sirviera de una copia de este evangelio hebreo para compilar el que hoy se conserva. Aunque no faltan eclesiásticos que afirmen que este evangelio es una falsificación, sin embargo el relato es muy semejante al que conocemos del evangelio tradicional de Mateo, aparte de que se ajusta a las citas de Eusebio al no mencionar el bautismo ni la fórmula trinitaria. Los doctos judíos que han estudiado la copia de este evangelio de Mateo recopilado por Shem Tov están de acuerdo en que sigue fielmente los cánones de los antiguos escritores hebreos, particularmente en lo relativo a la Guematría o ciencia numérica de las palabras. El Instituto Gal Enai de Israel define así la Guematría: “En hebreo, cada letra posee un valor numérico. La Guematria es el cálculo de la equivalencia numérica de las letras, palabras o frases, y sobre esta base lograr un aumento de la comprensión de la interrelación entre los diferentes conceptos y explorar la relación entre palabras e ideas”. Así, por ejemplo, el tetragrámaton del nombre divino con las letras que en griego se traducen como YHWH equivale a 26, ya que sus caracteres suman 10+5+6+5.

Pero la razón y prueba definitiva del gazapo textual del evangelio de Mateo 28:19 estriba en que los apóstoles no bautizaron ni mandaron bautizar en el nombre de tres personas, sino únicamente en el nombre de Jesús el Cristo. Por ejemplo, en el libro de Hechos de los Apóstoles hallamos, entre otros, los textos siguientes: “Pedro les contestó: arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesús el Cristo” (Hechos 2:38). “Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús” (Hechos 10:48). “Fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús” (Hechos 19:5). Pablo mismo escribió al respecto: “Todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús hemos sido bautizados en su muerte” (Romanos 6:3,4). Y también: “Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gálatas 3:27). Si los apóstoles estuvieran al tanto de que había que bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, no cabe duda de que así lo hubieran hecho. Pero únicamente bautizaron en el nombre de Jesús.

Argumento aplastante son los textos evangélicos finales y paralelos al de Mateo 28:19 y 20, que dicen: “Y que se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén”. (Lucas 24:47). “Y les dijo: Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Marcos 16:15 y 16). En ninguno de estos dos pasajes finales de los evangelios de Lucas y de Marcos se hace referencia a un bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Tan solo el pasaje añadido por los trinitarios al evangelio de Mateo desentona con los correspondientes de Marcos, Lucas y los Hechos apostólicos que relatan que los apóstoles tan solo bautizaban en el nombre de Cristo Jesús. Por lo tanto, de los mismos evangelios se deduce que los apóstoles jamás conocieron el bautismo trinitario o en el nombre de tres diferentes personas; y por ende, tampoco en el nombre de ninguna organización religiosa.


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sábado, 15 de mayo de 2010


En el evangelio de los hebreos recopilado por Shem Tov en el siglo XII no figura el bautismo ni la fórmula trinitaria del mismo.
¿Conocieron los apóstoles
el bautismo trinitario? (1)


Por JOSE YOSADIT VON GOETHE


En la primera epístola de Juan, capítulo 5 y versículos 7 y 8, se ha leído tradicionalmente durante siglos el texto siguiente: “Tres son los que dan testimonio: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno”. Sin embargo, cuando en el siglo veinte comenzaron los eruditos a traducir directamente de los códices griegos más antiguos, de los que supuestamente se había tomado el precitado pasaje, se encontraron con la sorpresa de que allí no se mencionaba para nada al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; sino que, en lugar de ello, la frase decía textualmente: “Tres son los que dan testimonio: el espíritu, el agua y la sangre, y los tres convienen en lo mismo”. Evidentemente, la trinitaria Iglesia había adulterado el texto, posiblemente después de los tiempos de Jerónimo, autor de la oficial Vulgata latina. Las biblias protestantes, por tanto, tras su separación de la iglesia madre, llevaron impresa la misma adulteración literaria en la epístola de Juan. En la actualidad todas las versiones bíblicas, más acordes con los códices griegos, presentan corregido este concreto pasaje.

Sin embargo, no ha sucedido lo mismo con el texto del evangelio de Mateo en su capítulo 28 y versículos 19 y 20, donde hoy leemos: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándolas a observar todo lo que yo os he mandado”. Este pasaje sí figura en los códices griegos más antiguos, como el Vaticanus y el Sinaíticus (del siglo IV), si bien los rayos ultravioleta han detectado ciertas anomalías en este último manuscrito, al observarse que se han añadido pasajes en muchos lugares, al tiempo que se han borrado textos antiguos y escrito encima de ellos otros muy distintos para ajustarlos a las doctrinas eclesiásticas en boga. Es de observar que el códice Sinaíticus no menciona en absoluto multitud de textos que hoy recogen nuestras biblias (y que otros códices posteriores sí insertan), como los del evangelio de Lucas comprendidos entre los capítulos y versículos 9:51 a 18:14, aparte de otros muchos. Según los doctos, el evangelio de Lucas fue rellenado con textos recogidos del de Mateo, así como con ciertos añadidos, entre los que destaca la parábola del hijo pródigo.

El pasaje del evangelio de Mateo 28:19 con la expresión “bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” está considerado por muchos analistas bíblicos tan espurio y trinitario como el que con justa razón fue suprimido de la epístola primera de Juan. Tres razones hacen llegar a esta conclusión; la primera es que el padre de la Iglesia, Eusebio de Cesarea, autor de la famosa Historia Eclesiástica, no la menciona en sus escritos cuando cita varias veces de este concreto pasaje del evangelio de Mateo, lo cual es sumamente raro en un escritor tan cuidadoso de los detalles bíblicos. La segunda razón es que en la copia del evangelio hebreo de Mateo recopilada de un manuscrito más antiguo en el siglo XIV por el médico judío Shem Tov no aparece la expresión bautismal ni trinitaria. El propio Jerónimo, que tradujo la Biblia al latín en el siglo IV, habla del evangelio hebreo de Mateo, cuyo original se hallaba en la biblioteca de Cesarea, según manifiesta. Y la tercera y definitiva razón es que los apóstoles no bautizaron ni mandaron bautizar en el nombre de las tres personas trinitarias, sino únicamente en el nombre de Jesús el Cristo, como se lee en los Hechos apostólicos.

Vayamos con la primera de las tres razones, la de que Eusebio de Cesarea no menciona el bautismo ni la fórmula bautismal trinitaria cuando cita de la porción que nos ocupa del evangelio de Mateo. Así, por ejemplo, en su obra “Demostración evangélica”, hallamos siete citas de Mateo 28:19 y 20 y en ninguna de ellas habla siquiera del bautismo. Siendo el bautismo algo tan básico en el cristianismo, no se entiende cómo Eusebio no lo incluye al citar, nada menos que siete veces en tan solo una de sus obras, del famoso pasaje evangélico de Mateo. Los especialistas bíblicos están de acuerdo en que, si Eusebio no menciona esta parte del pasaje evangélico, es porque en su tiempo no figuraba en los manuscritos.

He aquí dos de las citas de Eusebio: “Con una palabra y voz Él dijo a sus discípulos: ‘Id y haced discípulos de todas las naciones en Mi Nombre, enseñándoles a observar todas las cosas que yo os he mandado’” (Demostración evangélica, libro III, capítulo 6). La segunda cita: “’Id vosotros y haced discípulos de todas las naciones, enseñándoles que observen todas las cosas, las cuales yo os he mandado’. ¿A qué podría referirse Él sino a la enseñanza y disciplina del nuevo pacto?’” (Demostración evangélica, libro I, capítulo 5, 9). Así, pues, en ninguna de las citas que de Mateo 28:19 y 20 hace el padre de la Iglesia Eusebio de Cesarea figura la conocida fórmula trinitaria del bautismo que en nuestros evangelios leemos con la expresión “bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

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domingo, 9 de mayo de 2010


El año 1914 y el fin del
tiempo de los gentiles (18)


Por JOSE YOSADIT VON GOETHE


Al año 1914, que algunos estudiosos bíblicos consideraron en el siglo XIX como el del fin del tiempo de los gentiles, se llegaba en principio aplicándole 2.520 años solares al año 606 anterior a la era cristiana, que fue lo que principalmente hicieron Elliot y Seeley, apropiándose posteriormente de la idea el norteamericano Barbour, quien transmitió a Russell la doctrina de que el fin del tiempo de los gentiles concluía en 1914. Como resultó que entre el -606 y el 1914 mediaba un año menos de los 2.520, estudiantes bíblicos posteriores a Russell adelantaron el año -606 al -607 para que cuadrara el cómputo de años que se suponía duraban los tiempos de los gentiles.

John Aquila Brown fue el primero en establecer en 1823 que los tiempos de los gentiles duraban 2.520 años, en lugar de los 1.260 que hasta entonces habían aplicado los estudiosos que le precedieron. Así, Brown calculó, entre otras fechas, la que, partiendo del año -604 alcanzaba el 1917, y escribió que la gloria de Israel volvería en ese año. Como en 1917 Israel fue liberada de los turcos por el ejército inglés, muchos estudiosos se interesaron en este particular cómputo de años que parecía cumplir profecía bíblica. Elliot, Seeley y Barbour realizaron sus cálculos sobre la base de los 2.520 años de Brown. Y así fue que uno de los errores comunes a todos ellos consistió en que los 2.520 años los computaron como años solares de 365,25 días cuando lo apropiado hubiera sido computarlos como años proféticos de 360 días, que es lo que muchos habían hecho anteriormente cuando estimaron la duración del tiempo de los gentiles en 1.260 años proféticos y no solares.

El estudioso bíblico que, aplicando el cómputo de 1.260 años proféticos, que equivalieron a 1.242 años solares, mayor sorpresa causó fue Robert Fleming, hijo, quien en 1701 publicó su obra “El levantamiento y caída del Papado”, en la cual estimaba que para 1794 caería la monarquía francesa y la propia Francia haría eclipsar el “sol del Papado”. Durante casi cien años nadie prestó atención a las predicciones de Fleming; pero cuando en 1792 se proclamó la República en Francia y el rey estaba a punto de subir a la guillotina, algunos simpatizantes de la Biblia comenzaron a desempolvar la obra de Fleming y tomar sus declaraciones de un siglo atrás como verdadera profecía, máxime cuando en 1798 el Papa fue hecho prisionero por Napoleón. Por tal motivo, la fecha de 1798 fue tomada, especialmente por los adventistas, como la del comienzo del tiempo del fin del mundo. Barbour cambió la fecha a 1799 y la transmitió a Russell, quien a su vez la hizo asunto dogmático entre sus estudiantes, que durante décadas consideraron al año 1799 como el del comienzo del tiempo del fin. Posteriormente la consideración del año 1799 como comienzo del tiempo del fin fue movida a 1914, décadas después de que el 1914 transcurriera sin haber sucedido nada de lo que esperaban Russell y sus estudiantes, que era el fin de todos los gobiernos humanos por el Reino de Dios, el cual se establecería definitivamente en la propia Tierra. A principios de los años cuarenta también fue transferido a 1914, con carácter retroactivo, el concepto de la presencia invisible de Cristo en su Reino y el comienzo de su reinado milenario, que hasta entonces se estimaba que había acontecido en 1874.

Poco después de la muerte de Russell en 1916, el movimiento de Estudiantes de la Biblia por él fundado comenzó a segregarse en varios grupos, a raiz del nombramiento de J. F. Rutherford como dirigente de la Sociedad Bíblica Watchtower, de la que Russell era el primer accionista, si bien dicha sociedad no fue fundada por él, sino por W. H. Conley en 1881. Uno de los primeros grupos en abandonar fue el que giró bajo la denominación de “Instituto Pastoral Bíblico”, del que a su vez con el tiempo se separó otro que abrazó el complicado nombre de “Movimiento Misionero Hogar de los Hombres Legos” y que en la actualidad constituye uno de los grupos bíblicos más fuertes de entre los que se separaron del primitivo movimiento de Estudiantes de la Biblia.

Los miembros del Instituto Pastoral Bíblico adoptaron como fecha del fin del tiempo de los gentiles el año 1934, dado que se demostró que Jerusalén no había sido destruída en el -607, sino en el -587, y por tanto los 2.520 años había que calcularlos a partir de ese año -587, con lo que se llegaba a 1934, lo cual publicaron masivamente en su revista “El Heraldo del Reino de Cristo”. Durante años los tres grupos, el de los Estudiantes de la Biblia, el del Instituto Pastoral y el de los Hombres Legos entraron en debate sobre las fechas de 1914 y 1934, que cada cual defendía en su respectiva publicación. Pasado el 1934 y no habiendo sucedido lo que se esperaba, tal como ocurrió en 1914, los debates fueron abandonados. La fecha de 1934 desapareció del escenario. No así la de 1914, que algunos grupos continúan defendiéndola a capa y espada, a pesar de que ya ha transcurrido cerca de un siglo.


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viernes, 30 de abril de 2010


El año 1914 y el fin del
tiempo de los gentiles (17)

Por JOSE YOSADIT VON GOETHE


El adventista Nelson H. Barbour fue el primero en asegurar en 1875 que la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor aconteció en el año 606 antes de nuestra era, en lugar de en el -587, año este último demostrado por multitud de pruebas, tanto históricas (lista de los reyes de Uruk, Canon Real…) como arqueológicas (crónicas reales en decenas de miles de tablillas) y astronómicas (tablillas babilónicas de diarios astronómicos). Se demuestra asimismo sobre la base de los 66 años de reinado de los cinco monarcas babilónicos desde Nabucodonosor hasta Nabonido, en cuyo año 17, que correspondió a nuestro -539, cayó Babilonia. Si a este último año le sumamos los 66 que en conjunto gobernaron los cinco reyes neobabilónicos Nabonido, Labashi Marduk, Neriglisar, Evilmerodac y Nabucodonosor, llegamos al año -605, en que Nabucodonosor ascendió al poder tras la muerte de su padre, Nabopolasar, quien reinó 21 años, desde el -625 hasta el -605 inclusive, como está documentado por las tablillas de la época y por los listados de los historiadores.

Barbour trasmitió al estudioso bíblico Charles T. Russell la creencia de que Jerusalén fue destruída en el -606, que Russell aceptó en 1876 sin sopesar la evidencia histórica. Sobre la base del año -606, expositores bíblicos anteriores a Barbour, tras considerar que la hipotética duración del tiempo de los gentiles se extendía por 2.520 años, habían llegado a la conclusión de que dicho tiempo concluía en 1914, aunque por error computaron un año menos. El año -606 lo consideraban los predecesores de Barbour como el de la subida al trono de Nabucodonosor, no como el de la destrucción de Jerusalén, ya que la misma la aceptaban como acaecida en el -587.

A fin de corregir el error de un año en el cálculo de la duración del tiempo de los gentiles, estudiantes bíblicos posteriores a Russell adelantaron la destrucción de Jerusalén al -607 para no alterar la fecha establecida de 1914. Tales estudiantes, para justificar la discrepancia existente entre las fechas del -607 y del -587, adelantaron los sucesos históricos 20 años. Así, la subida al trono de Nabucodonosor y la batalla de Karkemis la mudaron sin base científica del -605 al -625, y el ascenso de Nabopolasar lo adelantaron del -625 al -645, por lo que también se obligaron a situar la caída de Nínive en el -632 en lugar de en el -612, año éste que también puede documentarse con exactitud partiendo retrospectivamente de la fecha absoluta del -539.

Algo que indirectamente corrobora el año -587 y no el -607 como el de la destrucción de Jerusalén es la cronología egipcia de la dinastía 26 o periodo Saíta, que sincroniza a la perfección con la neobabilónica de los reinados de Nabopolasar, Nabucodonosor y otros. La cronología egipcia de esa época, demostrada de la máxima exactitud por los investigadores, está en completo desacuerdo con el adelanto de 20 años que estudiantes bíblicos dan sin más a la cronología babilónica, a no ser que los mismos estudiantes adelanten igualmente 20 años la cronología egipcia del periodo Saíta para que cuadre con el postulado de que la duración del tiempo de los gentiles es de 2.520 años y se extiende del -607 al 1914. Consideramos dos importantes sincronismos o simultaneidades de fechas que advierten los historiadores entre la cronología egipcia del tiempo del faraón Necao y la babilónica del tiempo de Nabopolasar y Nabucodonosor.

El primer sincronismo se relaciona con la muerte del rey judío Josías a manos del faraón Necao II, que el libro de Jeremías llama Nekó. Por el estudio de las fechas de las sepulturas de los bueyes sagrados egipcios y por el entramado de fechas absolutas establecidas desde el tiempo del rey persa Cambises hacia atrás, los historiadores, tal como determinaron que la caída de Babilonia aconteció en el año -539, igualmente fijaron las fechas de los reinados de los faraones de la dinastía 26, entre ellos las correspondientes al faraón Necao II, que reinó desde el -610 hasta el -595. Como los Estudiantes de la Biblia adelantaron 20 años el reinado de Josías, resulta que la muerte del rey de Judá aconteció para ellos en el año -629, cuando por las cronologías independientes de Egipto y de Babilonia se deduce que fue en el -609.

Un segundo sincronismo se halla en la batalla de Karkemis, en la que Nabucodonosor derrotó al faraón Necao, hecho que la Biblia sitúa en el año cuarto de Yoyaquim, hijo de Josías. Ese mismo año murió Nabopolasar y ascendió su hijo Nabucodonosor. El año en cuestión fue el -605, que la evidencia histórica señala como el año en que tuvo lugar la batalla de Karkemis. Sin embargo, al adelantar 20 años los hechos, los Estudiantes de la Biblia colocaron dicha batalla en el año -625, cuando reinaba en Egipto Psamético I y no el faraón Necao. Otros sincronismos entre ambas genealogías también dan la razón absoluta a los historiadores. Y, dado que por una y otra se establece que Nabucodonosor subió al trono en el -605, el año 18 de su reinado, como especifica la propia Biblia, correspondió al -587, en que destruyó Jerusalén y su Templo.
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