viernes, 31 de diciembre de 2010


EN ESPAÑA los belenes apenas tienen doscientos cincuenta años de antigüedad (desde la segunda mitad del siglo XVIII). Se trata de una tradición muy joven si se la compara con los dos milenios que se atribuyen al regio nacimiento que dicen representar.

El enigma de Belén y la
celebración de Navidad (y 3)

Por JOSE YOSADIT VON GOETHE


Resulta extraño que los cristianos de los siglos I al III y principios del IV (se da por sentado que hubo cristianos) no celebrasen el nacimiento de Jesús, aun en contra de los escasos testimonios de escritores como Tertuliano y Orígenes (que aludieron a la visita de los magos orientales), sin contar las desordenadas menciones cristológicas de los llamados “padres apostólicos y apologéticos”, a quienes posiblemente se les atribuyó, con carácter retroactivo, la paternidad de las obras que hoy conocemos como salidas de sus plumas, aunque no hay manera de saber si tales autores existieron, pues no consta ni sombra de sus biografías, ni siquiera de uno de ellos, en escritos no eclesiásticos. ¿Acaso aquellos cristianos desconocían el natalicio más importante de su historia?

También resulta sorprendente que, si Jesús nació en Belén, como indican solamente dos de los veintisiete libros neotestamentarios (tan solo en los respectivos capítulos dos de Mateo y de Lucas), la primera celebración del nacimiento de Jesús no aconteciera en Belén o en la cercana Jerusalén (a 9 kilómetros de Belén), sino en la muy lejana Roma, y eso tan tarde como a mediados del siglo IV. E igualmente curioso es el hecho de que hasta los años 1220, en plena Edad Media, no se represente mediante humanos y animales, y después con figuras, el primer belén o escenario del nacimiento de Jesús, inventiva que se debe al monje Francisco de Asís, si bien existía el precedente de una pintura supuestamente belenista en una pared de las catacumbas de San Sebastián, grabado pétreo no anterior al siglo IV. La representación artística del belén mediante figuras no llegaría a España hasta los tiempos del rey Carlos III, en la segunda mitad del siglo XVIII. En España, pues, los belenes apenas tienen doscientos cincuenta años de antigüedad. Se trata de una tradición muy joven si se la compara con los dos milenios que se atribuyen al regio nacimiento que dicen representar.

Aunque el nacimiento del Niño Jesús o Navidad viene celebrándose desde el siglo IV sobre la base de una amalgama de hipotético cristianismo y celebraciones paganas que estaban de moda en la antigua Roma, no fue hasta el siglo XIX y principios del XX en que se consolidaron la mayoría de las actuales tradiciones navideñas, más enfocadas al ambiente nostálgico familiar que al puramente religioso y profano, en tanto que las celebraciones posnavideñas de Nochevieja y Año Nuevo continúan emulando las viejas solemnidades romanas.
En Inglaterra estuvo prohibida la celebración de la Navidad entre los años 1647 y 1660, y después de esa fecha ya no se celebraba con el vigor de otros tiempos. Para la década de 1820 estuvo a punto de desaparecer si no hubiera sido por el esfuerzo de muchas familias de reavivar la tradicional festividad. En 1843, Charles Dickens escribió su famosa obra “Cuentos de Navidad”, que literalmente resucitó la tradición navideña e influyó sobremanera en el actual “espíritu de la Navidad”, que enfatizó la alegría de ver reunida la familia en fecha tan escogida, amén de la virtud de la compasión hacia los desvalidos y los deseos de felicidad y paz entre los hombres. Ya el villancico “Noche de Paz”, con letra del sacerdote austriaco Joseph Mohr y música de Franz Xaver Gruber, se anticipó en 1818 a generar ese espíritu navideño que después proclamaría Dickens.

En España jamás se perdieron las celebraciones navideñas, las cuales se vieron impulsadas y reafirmadas con la introducción del decorativo belén en el siglo XVIII, primero entre los religiosos y los nobles y finalmente entre el pueblo llano. Asimismo se introdujeron las costumbres de otros pueblos europeos, como el “árbol de Navidad”, con lo que la fiesta ganó en vistosidad, solemnidad y popularidad. Los clásicos turrones y mazapanes, de los que España figura desde siglos entre las pioneras degustadoras, se cree que son de procedencia árabe. Los polvorones y mantecados, que se elaboraban con manteca de cerdo en la época de la matanza, sí que son típicos españoles. Antequera (en Málaga) y Estepa (en Sevilla) serían sus progenitoras. Típica de España es igualmente la ya internacional costumbre de tomar las 12 uvas durante las campanadas que anuncian el fin del viejo año y el comienzo del nuevo. Se originó en la Nochevieja de 1909, debido a que aquel año la producción de uva fue excesiva y, para obtener beneficios económicos, a los cosecheros se les ocurrió tan original idea, que agradó al pueblo, el cual perpetuó la tradición cual si de un ceremonial se tratara.

Otros usos tradicionales navideños arraigados en España son la “carta a los Reyes Magos” y la entrega de juguetes a los niños. Carta y juguetes comenzaron a prosperar hacia mediados del siglo XIX. Del mismo siglo arranca la primera felicitación navideña, implantada por los trabajadores del Diario de Barcelona en 1831. El siglo XX adicionaría a la pirámide festiva la popular “cesta de Navidad”. España es realmente la flor y nata de las tradiciones de Navidad, desde la mesa al belén.


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domingo, 26 de diciembre de 2010


Los cristianos de los siglos I al III nunca celebraron el nacimiento de Cristo, porque lo desconocían. La Navidad fue instituída oficialmente por Roma en el año 354, para lo cual se adoptaron costumbres paganas.
El enigma de Belén y la
celebración de Navidad (2)

JOSE YOSADIT VON GOETHE


En los primeros tiempos del cristianismo no se celebraba el nacimiento de Cristo; no figura, por ejemplo, en la relación de festividades cristianas de Ireneo y Tertuliano. Se desconocía por completo la fecha en que nació Jesús, ya que los evangelios no la mencionan; pero, para el caso, se desconocía hasta el propio nacimiento. En cambio, según narraciones tardías, sí se conocía y conmemoraba la fecha de su muerte, el 14 de Nisán (entre marzo y abril). Con el tiempo comenzó a celebrarse también el aniversario del bautismo de Cristo, cuya fecha asimismo se ignoraba, pero que a principios del siglo IV fue establecida para el 6 de enero. A esta conmemoración del bautismo de Jesús la denominaron Epifanía.

Se supone que, por muchos años, cristianos del siglo III venían observando la fecha del 25 de diciembre como la del nacimiento de Cristo, fecha que en el año 221 había popularizado el historiador Sexto Julio Africano a través de sus Crónicas, si es que las tales no son producto posterior de la pluma de Eusebio de Cesarea. El auge que tal fecha adquirió a nivel popular hizo que en el año 354 el Papa Liberio decretara que la Navidad se celebrase el 25 de diciembre, separándola del 6 de enero, que posteriormente perdió su sentido original de Epifanía o conmemoración del bautismo de Jesús y se consagró exclusivamente a rememorar la visita de los Magos de Oriente, si bien la Iglesia Ortodoxa de Jerusalén continúa celebrando la Navidad el 6 de enero. Por eso en la Basílica de la Natividad de Belén, supuesto emplazamiento donde nació Jesús, se celebra dos veces la Navidad: una el 25 de diciembre por los católicos y otra el 6 de enero por los ortodoxos.

¿Por qué razón se escogió la fecha del 25 de diciembre como la del natalicio de Cristo? Los romanos venían celebrando el 25 de diciembre como el día del “Nacimiento del Sol Invicto”, adoptado de las costumbres de pueblos más antiguos, como los celtas y los egipcios, que habían observado que tres días después del solsticio de invierno el sol “nacía” de nuevo (o “resucitaba”) y comenzaba otro ciclo solar. Paralelamente, uno de los dioses solares que los romanos apadrinaron, especialmente durante los siglos II al IV, fue Mitra, cuyo nacimiento se celebraba precisamente el 25 de diciembre. Posiblemente los escasos pictogramas murales del siglo III que se atribuyen al nacimiento de Jesús lo sean en realidad del nacimiento de Mitra en una cueva. Además coincidía que durante los seis días que seguían al solsticio invernal los romanos celebraban las “Saturnalias” o fiestas en honor de Saturno. Durante las mismas se suspendían las guerras, se dejaba de trabajar, se liberaba temporalmente a los esclavos, se comía y bebía en exceso y se intercambiaban regalos. Así que los cristianos del siglo IV no hicieron otra cosa que adaptar tales fiestas costumbristas a la celebración universal del nacimiento de Jesucristo, el “Sol de Justicia”.

El evangelio de Lucas sitúa el nacimiento de Jesús en la población de Belén de Judá. Mateo únicamente menciona la visita de los magos. Una palpable diferencia entre ambos relatos es que Lucas refiere que Jesús, al nacer, fue “acostado en un pesebre”, es decir, en uno de los recipientes que servía de comedero a los animales domésticos dentro de un establo o de una cueva, ya que en Belén se aprovechaban algunas cuevas como establos. En cambio Mateo no habla de pesebre o establo alguno, sino que relata que los magos ofrecieron sus dones al niño “en una casa”, lo que implica que desde el nacimiento había transcurrido un tiempo que probablemente fuera de dos años, a juzgar por la cruel decisión de Herodes de matar a los infantes “de dos años para abajo”, de lo que no hay registro histórico fuera del evangelio. Ni siquiera es mencionado el hecho por Flavio Josefo, lo cual resulta extraño. Es difícil precisar, por la incongruencia del relato bíblico, si la casa de la que habla Mateo estaba en Belén o en Nazaret.

Por otro lado, de la narración de Lucas se desprende que el nacimiento de Jesús no pudo haber acontecido en invierno, pues el escritor detalla que “había pastores que pernoctaban al aire libre en el campo”, lo cual es imposible en la montañosa Belén, donde a primeros de octubre ya hace frío y en diciembre son habituales las nevadas. Por si fuera poco, Lucas relata que el Emperador había decretado un censo de la población, para lo cual los habitantes del Imperio debían desplazarse a sus lugares de origen. De ser cierto el hecho, no pudo haber sucedido en invierno. Por otra parte no existe constancia de tal censo en la historia del Imperio romano, censo insólito e importantísimo que, de haber existido, en modo alguno hubiera quedado sin registrar por los cronistas oficiales. Los censos se hacían para controlar la recaudación de impuestos en los lugares donde trabajaban y residían los individuos, por lo que no tenía sentido que se desplazaran a sus pueblos natales. Claramente, Lucas tan solo pretendía demostrar que Jesús era el Mesías o rey esperado y por tanto se obligó a encajar su nacimiento en Belén, que era lo que la hipotética profecía de Miqueas indicaba.

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sábado, 25 de diciembre de 2010


La primera Basílica de Belén fue mandada levantar por el emperador Constantino en el siglo IV, y sobre ella se erigió posteriormente la que hoy conocemos. Ya es extraño que hasta el siglo IV los cristianos no se acordasen de levantar un templo a la conmemoración del nacimiento de Cristo. ¿O es que el nacimiento de Cristo es un relato del mismo siglo IV?


El enigma de Belén y la
celebración de Navidad (1)

Por JOSE YOSADIT VON GOETHE


¿Nació Jesús en Belén o en Nazaret? Los judíos acostumbraban a identificarse agregando a su nombre de pila el del lugar de su nacimiento o procedencia; por ejemplo: José de Arimatea, Pablo de Tarso… Jesucristo fue judío y, según los evangelistas Mateo y Lucas, nació en Belén de Judá; no obstante, no se le conoce como “Jesús de Belén” sino como “Jesús de Nazaret”. Los evangelistas Marcos y Juan presentan a Jesús como procedente de Nazaret; de hecho lo llaman “Jesús de Nazaret” y no Jesús de Belén. Unicamente los evangelios de Mateo y Lucas mencionan el nacimiento de Jesús. Marcos y Juan, así como los demás escritores del Nuevo Testamento (Pablo, Pedro, Santiago y Judas) nada escriben sobre el nacimiento de Jesús ni sobre la aldea de Belén. Pero incluso Mateo y Lucas, que informan del nacimiento en Belén, no vuelven a mencionar la población de Belén en el resto de sus escritos.


Marcos recalca que Jesús “vino de Nazaret de Galilea” para ser bautizado por Juan. Y cuando regresa a Nazaret, Marcos dice que “vuelve a su patria” (del griego “patris”, que significa “tierra de origen o de nacimiento”). A pesar de que tradicionalmente se ha admitido que Mateo fue el primero en escribir su evangelio, la realidad, según demuestra hoy la práctica totalidad de los exegetas católicos y protestantes, es que fue Marcos el primero en escribir. No pudo haber sucedido de otro modo. Los evangelios de Mateo y Lucas son copias casi literales de Marcos con pasajes añadidos, como los del nacimiento y la genealogía de Jesús, aunque difieran en esta última. Curiosamente, si prescindimos de los insólitos capítulos 1 y 2 de Mateo y de Lucas sobre el nacimiento e infancia de Jesús (capítulos cuya redacción choca con el resto de sus respectivos evangelios), y si prescindimos asimismo de los dieciocho primeros versículos del capítulo uno de Juan (que también choca con el resto de la redacción evangélica), observamos que los cuatro evangelios principian con la predicación de Juan Bautista en el desierto, que es precisamente como Marcos inicia su redacción de “las buenas nuevas de Jesucristo”.


El evangelio de Juan hace aparecer a Jesús en escena como “profeta de Nazaret”. No solamente afirma Juan repetidas veces la procedencia galilea de Jesús, sino que jamás dice que naciera en Belén. En tiempos de Jesús la población de Nazaret, de existir, solo podía haber sido una olvidada aldea, ya que no aparece mencionada entre las 63 principales ciudades de Galilea en los escritos judíos del Talmud. Tampoco aparece en los escritos del historiador Flavio Josefo, que en el último tercio del siglo I alista 54 poblaciones galileas, sin hacer mención alguna de Nazaret. Y lo extraño es que el evangelio de Lucas afirma que en Nazaret había una sinagoga (Marcos dice que en Cafarnaún) y que Jesús entró en ella en sábado para leer del rollo del profeta Isaías. Que se sepa, únicamente existían sinagogas en las ciudades de cierta importancia, no en las aldeas. Si hubo una sinagoga en Nazaret, es raro que ni el Talmud ni el historiador Josefo mencionen en sus escritos la existencia de este lugar que en modo alguno podía pasar inadvertido si es que realmente tenía una sinagoga en tiempos de Jesús. Lo que sí han descubierto los historiadores y los arqueólogos es que de Nazaret tan solo se tiene evidencia de su asentamiento a partir del siglo II de nuestra era. Ello implicaría que los evangelios que hablan de Nazaret no se habrían escrito en el siglo I sino después del siglo II, en el III e incluso en el IV siglo. Al respecto no faltan investigadores que arguyan que los evangelios fueron redactados en tiempos de Constantino, ya que estiman que tales escritos se comprenden mejor si se interpretan bajo la óptica del incipiente catolicismo romano.


Tan solo Mateo y Lucas afirman en sus evangelios que Jesús procedía de Belén. Y lo hacen para intentar demostrar que es el Mesías esperado por los judíos, por lo que se afanan en aplicarle antiguas profecías de las Escrituras. No obstante, Mateo y Lucas (o quienes fueran que escribieran los evangelios a tales autores atribuídos) cometieron el desliz de consultar la versión griega de la Septuaginta en lugar de las copias de los Escrituras hebreas, como hubiera sido lo preceptivo, sobre todo en el caso de Mateo, que se supone que era judío y escribiría su evangelio en hebreo. Es de sobra conocido que la Septuaginta difiere de la Escrituras hebreas en muchos puntos.


En el resto de sus escritos, Mateo y Lucas dicen que Jesús procedía de Nazaret. Así, Mateo, describiendo la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, escribe que las gentes lo aclamaban como rey y decían: “Este es el profeta de Nazaret”. Hubiera estado más acorde con el argumento de que Jesús era rey y Mesías si se le hubiera aclamado como “el profeta de Belén”. Y en el libro de Hechos, Lucas, que escribe con posterioridad a su evangelio, llama a Jesús “el nazareno” (de Nazaret) y no “el beleniano” (de Belén). No extraña, pues, que el Papa Juan Pablo II dijera que no existía certeza de que Jesús hubiera nacido en Belén.


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lunes, 6 de diciembre de 2010


¿Nuevo entendimiento sobre
los 144.000 ungidos?



José Yosadit Von Goethe (New York)


El recientemente fallecido miembro del Cuerpo Gobernante de los testigos de Jehová, John E. Barr, era el único de los componentes nacido antes de 1935 (nació en 1913). Los otros siete miembros actuales (a Diciembre de 2010) nacieron hacia o después de 1935, no estando, pues, bautizados para 1935, siendo el más antiguo de ellos en el grupo Gerrit Lösch, que se incorporó en 1994. Las incorporaciones de los actuales miembros del Cuerpo Gobernante se dieron en los siguientes años: Gerrit Lösch, en 1994; Samuel Herd, en 1999; Stephen Lett, en 1999; Guy Pierce, en 1999; David Splane, en 1999; Geoffrey Jackson, en 2005, y Anthony Morris III, en 2005.


La fecha de 1935 es importante porque la Watch Tower (WT) y el llamado Esclavo Fiel y Discreto (EFD), a través de su Cuerpo Gobernante (CG), afirman que el cupo de ungidos se cerró en 1935 y que los pocos que se consideran ungidos después de ese año lo son por reemplazo de los ungidos que no permanecieron fieles. Cuando alguien nacido después de 1935 afirma ser ungido, se da la circunstancia de que el resto de los que componen el EFD, o al menos el CG, no lo cuenta como tal en la inmensa mayoría de los casos, prácticamente en ninguno. John E. Barr, nacido en 1913, tenía 22 años de edad en 1935. Demos por supuesto que era propiamente el único ungido que quedaba vivo en el CG, pues se entiende que se bautizó antes de 1935. ¿Son, por tanto, ungidos los demás miembros del CG nacidos o bautizados después de 1935? Según la tesis del EFD, no, a no ser que se haga una rara excepción con los que se escogen para el CG.


El EFD diferencia entre los participantes en el Memorial o Conmemoración de la muerte de Cristo y los ungidos. Entiende que no todos los participantes son ungidos. Por ejemplo, se estima que en 2010 los participantes de los emblemas rondaron los 11.000, un número creciente con respecto a años anteriores; pero eso no significa que para el EFD todos sean ungidos, sino que unos cuantos miles de ellos creen que son ungidos. El EFD continúa afirmando que los verdaderamente ungidos son cada año menos. ¿Son cada año menos… o realmente no existe ningún ungido a día de hoy?


Supongamos que los más jóvenes de los bautizados antes de 1935 tenían 20 años de edad. Eso significa que a la fecha actual de 2010 tendrían 95 años. No digamos los que en 1935 contaban con 25, 30 ó más años, que ahora, si no murieron, tendrían 100, 105 ó más años. ¿Cuántos ungidos de tales edades pueden sobrevivir hoy día? ¿Un par de ellos a lo sumo? ¡Pues ésos, ya muchos, son en realidad los únicos que, de quedar, quedarían hoy vivos de los supuestos verdaderos ungidos que vivían en 1935! Los miembros del CG vinieron después de esa fecha y, en caso de suponérseles ungidos, únicamente lo serían por reemplazo, como todos los demás ungidos que no son del CG. ¿Cómo puede considerarse reemplazo de anteriores ungidos al 100% de los ungidos actuales, si el EFD afirma que solo unos pocos son reemplazados?


Si revisamos las Atalayas, que son en conjunto el órgano oficial de la Organización de los testigos de Jehová y que publica la Watch Tower, vemos que en La Atalaya del 15 de diciembre de 1988, página 12, el EFD afirma que en 1935 fueron 27.000 y pico los participantes en la Conmemoración. Mientras que en la Atalaya del 15 de agosto de 1996, página 31, dice que fueron más de 52.000 los que participaron de los emblemas en 1935. Fueran 27.000 ó 52.000, lo cierto es que para 1958, según la Atalaya del 1 de enero de ese año, página 30, se contabilizaron unos 15.000 participantes. Quiere decir que en el término de tan sólo 23 años murieron la mayoría de los ungidos, o sea, 12.000 ungidos de los 27.000 que había en 1935, según la mencionada Atalaya de 1988, ó 37.000 ungidos de los 52.000 que se contabilizaban en 1935, según la Atalaya de 1996. Si entre 1935 y 1958 (23 años) falleció un mínimo de 12.000 ungidos, entre 1958 y 2010 (52 años) deberían haber fallecido, por regla de tres, todos los demás. Es decir, que a día de hoy, según las cuentas, no debería quedar ningún ungido vivo. Pero vemos que aparecen más de 10.000 en el último anuario. O sea, que absolutamente todos “son reemplazos”. ¿Dónde está el evidente “error” de cómputo de los ungidos?


Desde 1935 hasta 1965 se vio un descenso normal en el número de ungidos, descenso lógico debido a las edades. Pero, de pronto, en 1970 los ungidos quedaron estancados en 8.000 miembros, y durante estos últimos 40 años parece que no se ha muerto ningún ungido, pues el número de miembros siempre ha estado en estos 40 años por encima de 8.000 ó rondando esa cifra en alguno de los años. ¿Por qué trata la WT ó el EFD ó el CG de ocultar a los creyentes que en realidad todos los ungidos dejaron de existir hace tiempo, siendo probablemente el último que aún vivía el miembro del CG John E. Barr? La explicación es evidente: Si la WT admite que no hay ningún ungido viviendo en la actualidad, la religión y la Organización de los testigos de Jehová no tiene razón de ser, ya que descansa sobre la base congregacional de los 144.000 ungidos. La WT siempre ha postulado como parte de la doctrina principal que el Armagedón vendría antes de que pasara la generación de ungidos, por muy traslapada que se considere ahora. Pero vemos que la generación de ungidos ya pasó y el Armagedón no llegó.


Por todo ello, es probable (y ya suena el río en Paterson y en Brooklyn, según noticias que por aquí circulan) que el CG -cuyos miembros se consideran ungidos, pero que según la doctrina jehovista de que los ungidos dejaron de ser recogidos a partir de 1935 no lo son de ninguna de las maneras-, es probable, se repite, que el CG cambie el entendimiento en lo que respecta a los que componen el grupo de los 144.000. En efecto, se está entendiendo ahora, según refieren quienes hasta hace poco estaban informados de los proyectos del CG, que los 144.000 no empezaron a ser recogidos en el Pentecostés del año 33, sino al inicio del tiempo del fin, es decir, desde 1914. ¿La razón? Porque el libro de Revelación, que se escribió para el futuro, unos 63 años después del año 33, indica en su capítulo 7 que los ángeles están reteniendo los vientos de la destrucción en tanto son sellados los esclavos de Dios o los 144.000. Es de observar que, sin son “sellados”, significa que no pueden tener reemplazos posteriores, pues un “sello” es garantía de autenticidad o pertenencia.


Así, pues, con este razonamiento o nueva luz, tal como se cambió el entendimiento de la “generación” (que está ocasionando cada día mayor número de abandonos del movimiento), también se cambiará el que compete a los 144.000. Estos serían, pues, desde el punto de vista del CG, que hipotéticamente basa el argumento en los textos bíblicos del Apocalipsis, un grupo especial que se recoge durante el tiempo del fin, desde 1914 en adelante, y no desde el Pentecostés del año 33. Por esa razón se insinúa que están aumentando los ungidos, pese a que aparentemente la WT pretenda asegurar que no todos los participantes en el Memorial son ungidos.


Esta nueva luz doctrinal supone que el EFD no lo compondría un “resto de los ungidos” sino el entero cuerpo de los 144.000 que se recoge íntegramente a partir de 1914. Indudablemente, el nuevo enfoque echaría por tierra cualquier punto doctrinal relacionado con los 144.000 que supuestamente comenzaron a recogerse entre los primeros cristianos de la tercera década del siglo I. En cambio, no tumbaría la creencia de la WT de que Jesucristo visitó a su EFD en 1918 y que lo nombró su administrador en la Tierra a partir de 1919.


Dado que “la generación que no pasará” se entiende ahora como “el grupo de ungidos que se traslapan desde 1914”, el nuevo entendimiento de los 144.000 encajaría perfectamente con el novedoso punto doctrinal del concepto de “la generación”, que durante muchas décadas se entendió como “la generación de personas de 1914” o que estaban vivas en ese año; pero que, puesto que tal generación ya pasó, ahora se cree entender que la palabra “generación” no se refería a esa gente, sino a los ungidos. Por ende, dado que también los ungidos, tal como se venía entendiendo hasta ahora, ya murieron todos, el concepto de los mismos cambia, al igual que el concepto de “generación”, y ahora queda manifiesta la más brillante luz de que los 144.000 son personas que comienzan a recogerse en el tiempo del fin, a partir de 1914.


En resumen, tanto a la “generación” de 1914 como a los 144.000 les quedan aún muchos años que protagonizar en el escenario de la Organización WT-EFD, a pesar de la urgencia con que se insta a los testigos de a pie a predicar y colocar millones de piezas de literatura en manos de la gente. Mañana, agotados los argumentos que ahora empiezan a regir, será otro día y se encenderán nuevas luces.


(New York, 5 de Diciembre de 2010)

domingo, 5 de diciembre de 2010


Jesús de Nazaret leyó de las escrituras hebreas y no de la Septuaginta griega.


EL HISTORIADOR judío Flavio Josefo escribe a finales del siglo I D.C. que los setenta se limitaron a traducir al griego los libros de Moisés o la Torah, y ésa era la parte de la Septuaginta que se conocía en su tiempo.


Citas de la Septuaginta en
evangelios y epístolas (1)


José Yosadit Von Goethe



Existen dos grupos de versiones de la Tanaj o impropiamente llamado Antiguo Testamento, a saber: el grupo de escritos en hebreo y el de los escritos en griego. Estos últimos parten del siglo III A.C. cuando, según se cuenta, un grupo de setenta y dos intelectuales, a petición de la Biblioteca de Alejandría, tradujo del hebreo al griego la Torah o Pentateuco (cinco primeros libros de la Biblia, de Beresit a Debarim o Génesis a Deuteronomio). Es la llamada Septuaginta o Biblia de los Setenta, si bien tal exagerada cantidad de intérpretes es una leyenda. La creencia general es que los traductores de la Septuaginta vertieron al griego toda la Tanaj (Viejo Testamento), lo cual no es exacto. El historiador judío Flavio Josefo, en el prólogo de su obra “Antigüedades judaicas”, escribe a finales del siglo I D.C. que los setenta se limitaron a traducir únicamente los libros de Moisés o la Torah, y ésa era la parte de la Septuaginta que se conocía en su tiempo. Es lo que también refleja el Talmud en su novena Meguilá. El resto de la biblia hebrea, incluídos los profetas y los salmos, fue evidentemente traducido al griego por miembros de la incipiente Iglesia.


Los eclesiásticos argumentan que toda la Tanaj estaba traducida al griego para el siglo II A.C.; pero el historiador Josefo no es de esa opinión y, como se ha adelantado, a finales del siglo I D.C. solamente se conocían vertidos al griego los cinco libros de la Ley mosaica. Por tanto, fue después del siglo I D.C. cuando se tradujo al griego el resto de los libros de la biblia hebrea, que se añadieron a la Septuaginta haciendo creer piadosamente a los lectores que esas traducciones eran más antiguas. Ni qué decir tiene que los judíos utilizaban en el Templo y en sus sinagogas la versión hebrea de las Escrituras y no la griega o Septuaginta. Jesús de Nazaret, como buen judío, leería evidentemente de los rollos de las escrituras hebreas y no de la traducción griega, por mucho que los eclesiásticos quieran defender el segundo punto. Jesús no pudo haber leído del rollo de Isaías de la Septuaginta porque era judío y además en su tiempo no existía esa parte de la versión griega.


Se imputa el primer evangelio al apóstol de Jesús, Mateo Leví, de quien se asegura que lo redactó en hebreo para los judíos. No obstante, de su lectura se deduce que el escritor del evangelio de Mateo no pudo haber sido judío, dado que citó textualmente de pasajes de la Septuaginta griega y no de las Escrituras hebreas, lo cual es inconcebible en un judío. Algo asimismo inexplicable es que un judío del primer siglo escribiera que Jesús se rodeó de multitudes en varias ocasiones, cuando por la historia se sabe que los romanos, que temían sublevaciones, no permitían, fuera del ámbito del Templo, reuniones multitudinarias en Judea. Las concentraciones de multitudes e incluso de pequeños grupos, sobre todo en campo abierto, eran disueltas por la fuerza con resultados mortales en algunos casos.


Se asegura que Mateo escribió su evangelio hacia mediados del primer siglo. De ser esto cierto, cabe preguntarse cómo es que Mateo cita de Isaías según la Septuaginta, siendo el caso que la traducción de Isaías al griego ni siquiera estaba disponible a finales del siglo I, según Josefo. Si a finales del siglo I no se conocía aún la traducción griega de Isaías, menos se conocería a mediados del mismo siglo, cuando se supone que Mateo redactó su evangelio. Una de dos, o las citas que Mateo hace de la Septuaginta se insertaron después del siglo I, o todo el evangelio de Mateo fue redactado después de ese primer siglo. Lo mismo puede decirse de todo el Nuevo Testamento, que cita de una parte de la Septuaginta que en el siglo I no existía.


Mediante las citas de los antiguos profetas, los evangelistas intentan demostrar que Jesús de Nazaret es el Mesías prometido. Sin embargo, todas esas citas son de libros proféticos de la Septuaginta, libros que no se tradujeron hasta después del siglo I. Las citas de la Septuaginta aparecen sorprendentemente en unos evangelios que se suponen escritos antes de que existieran las traducciones griegas de los libros de los profetas. Si retiramos esas citas proféticas de los evangelios, éstos se quedan sin el fundamento, a saber, tratar de probar que Jesús era el Mesías. Así, pues, dado que la base de los evangelios es la demostración mesiánica de Jesús mediante las citas de la Septuaginta, y dado que la traducción griega de los profetas no se conocía a finales del siglo I, los evangelios no pueden ser anteriores al siglo II. Por lógica su autoría no puede ser de los cuatro evangelistas a los que se les atribuye su composición. Los autores de los evangelios, o tal vez un solo autor, habría que buscarlos en los primeros tiempos de la Iglesia y no precisamente en los tempranos siglos II y III, aunque se pongan referencias tardías en boca de los Padres de la Iglesia. Lo más probable es que, con carácter pseudo histórico retroactivo, partan de principios del siglo IV, y no solamente los evangelios, sino también los escritos paulinos, abundantes en citas de la Septuaginta.

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